|Capítulo 28|

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Luce vino varias veces a tocar mi puerta y en ningún momento quise abrirle

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Luce vino varias veces a tocar mi puerta y en ningún momento quise abrirle. Había logrado llegar a la tina para prepararme un baño de inmersión. Después de haber patinado, mi cuerpo me pedía una ducha, pero no tenía suficientes fuerzas como para mantenerme parada tanto tiempo.

Escuché otra vez la puerta siendo golpeada. Suspiré.

—Oli, solo vine a decirte que los chicos acaban de terminar su partido —escuché su voz desde el baño—. Rusbell ganó por los pelos, pero...

Mis brazos envolvían mi cuerpo que se estaba congelando porque el agua había perdido su calor. Al escuchar que había dejado la oración en el aire, apreté los dedos en mi carne esperando una mala noticia.

—Devon jugó mal.

Mierda.

Eché mi cabeza hacia atrás, apoyándola contra el borde de la bañera, y dejé que las lágrimas silenciosas se deslizaran por mis mejillas. La culpa se sumó a todo lo que estaba sintiendo. Por primera vez en años me estaba permitiendo dejar salir todo.

No sé cuánto tiempo estuve temblando, de frío o de dolor, pero, cuando quité el tapón para dejar que el agua se fuera por las cañerías, las puntas de mis dedos estaban arrugadas como pasas de uvas. Me paré para tomar el albornoz que había colgado al costado y cubrí mi cuerpo con él.

Salí del baño y pude ver por la ventana que había caído la noche.

Devon no había venido a buscarme.

No tuve tiempo para hacer la lista de todas las posibles razones por las que tal vez no había venido porque un ruido llenó toda la habitación.

Habían golpeado la puerta.

Después de tantos intentos de Luce por verme, cualquiera podría haber supuesto que era ella devuelta golpeando mi puerta, pero algo me decía que no lo era.

—Soy yo, Liv, abre la puerta —escuché su voz.

Mi pecho se encogió ante la tristeza de su tono.

Con duda, mi mano tomó la tarjeta de la repisa junto a la puerta y la pasó por el lector. La puerta se abrió.

Las ojeras de Devon contrastaban con la palidez de su rostro. Su pelo oscuro era un desastre y sus ojos lucían cansados.

De repente, fui muy consciente de la tela blanca siendo lo único que cubría mi cuerpo y de las gotas de agua cayendo por mi cuello y perdiéndose entre mis pechos. Por un segundo creí que su vista se había desviado a mi clavícula.

Me hice a un lado dejándolo pasar y cerré la puerta apoyándome contra ella. Nos miramos y ninguno dijo nada.

—Ganaron —musité rompiendo el silencio.

—No precisamente gracias a mí —dijo sentándose en el borde de mi cama.

Entreabrí los labios para decir algo, pero no quería decirle que Luce me había dicho que no había jugado bien. Por un momento consideré actuar sorprendida.

Sobre el hielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora