|Capítulo 4|

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Había una sola ducha corriendo

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Había una sola ducha corriendo. Uno de los chicos de patinaje artístico todavía estaba bañándose. Jake se había olvidado de él y me daba pena echarlo. Pero era necesario que se fuera, no quería que un niño de nueve años presenciara lo que iba a hacer.

Marco entró y abrió su casillero. Se lo notaba nervioso, sabía lo que se le venía encima.

El chico salió con una toalla en su cintura que, por lo ancha que era la tela y lo baja que era su altura, rozaba el piso. Era tierno ver cómo intentaba imitar a los más grandes.

—Vístete y vete Lou —le dije.

Él asintió y siguió mis órdenes a toda velocidad. Supongo que le hacía emoción que el capitán del equipo de hockey le dijera qué hacer.

Marco estaba tomándose su tiempo abriendo su casillero, como si quisiera retrasar lo más posible el enfrentarme. Yo solo lo miraba aburrido. Se estaba sacando uno de sus patines cuando escuché la puerta abriéndose con estruendo.

Era Olivia.

—Te voy a acuchillar hijo de puta —escuché su rugido.

Estaba fuera de sí. Sus ojos flameaban y había mil mechones castaños saliéndose de su rodete casi perfecto en pequeñas curvas que decoraban su cara enrojecida por la furia. Nunca la había visto de esa forma. Así, enojada y todo, era incluso más hermosa. Había pasado un tiempo desde que la había visto tan de cerca. Y mierda que lo extrañaba.

Shane se había acostado sobre un banco para no tener que ver lo que iba a hacer, pero cuando escuchó la voz femenina se incorporó levemente para ver quién era. Jake estaba apoyado contra los casilleros opuestos a donde estaba Marco con los brazos cruzados y, al verla entrar, ensanchó su sonrisa aún más.

Esto iba a ser divertido.

Vi que tenía unos patines en la mano, pero no eran los suyos. Los suyos eran blancos con pequeños detalles marrones y estaban siempre muy limpios, sabía que los cuidaba como si fueran de oro. Esos estaban maltratados.

Luego hizo algo que explicó por qué tenía patines ajenos en sus manos.

Se agachó y los deslizo con una fuerza cuya existencia desconocía a través de todo el vestuario. Era como una bola de bowling yendo a toda velocidad y el objetivo era el único pie firme de Marco. Él perdió el equilibrio y cayó sobre sus rodillas.

Ella fue hacia él en un microsegundo dando pasos con sus piernas largas y, sin siquiera percatarse de que había tres personas más, lo agarró del cuello del traje estampándole la cabeza contra los casilleros. Apostaba que el ruido se había escuchado desde fuera, pero estaba seguro de que ninguno del equipo entraría desobedeciéndome.

Nos estaban esperando fuera para ir todos juntos a la estúpida cena de despedida.

—¿Acaso tres años de mi vida valen lo mismo que un revolcón con Kiara? —preguntó entre dientes.

Sobre el hielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora