|Capítulo 34|

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Esperamos unos minutos antes de levantarnos de donde estábamos

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Esperamos unos minutos antes de levantarnos de donde estábamos. Había logrado que Olivia se calmara un poco, pero sabía que, desde que Jake y Luce habían salido, su cabeza no había dejado de trabajar.

Lo único bueno era que todavía teníamos la llave de administración con nosotros. Me agradecí por haber insistido en ser quien la llevara.

Me levanté, aún con Olivia entre mis brazos, y la puse sobre sus pies para poder echar un vistazo al pasillo central.

—Vamos, tenemos que seguir —le dije en voz baja.

—¿Y si nos descubren?

Volteé a verla y en sus ojos había miedo. Tenía el ceño fruncido y estaba arrancándose la piel del costado de la uña de uno de sus pulgares.

Esa exacta mirada era la razón por la que no quería traerla conmigo.

Quería llevarla a su habitación y arrancarle las preocupaciones de la mejor manera que se me ocurría. Pero también necesitaba llegar al final de todo esto.

Me acerqué a ella en un paso y tomé su cara con mi mano para dejarle un beso en la frente.

—Entonces me invento algo —le sonreí.

Ya lo había pensado. Mil veces.

Podía decir que la había chantajeado para que viniera conmigo o cualquier excusa que se me ocurriera.

—No vas a tomar la culpa por mí —dijo empujando uno de mis hombros.

El único problema en mi plan era que Olivia me conocía demasiado bien, incluso a veces más que yo mismo.

Sin responderle, envolví su mano con la mía y busqué la llave en mi bolsillo para acercarnos a la apertura en la pared.

—Vamos a correr hasta la puerta de administración —ordené—. ¿De acuerdo?

Ella asintió y yo apreté mi agarre en su mano.

Lo siguiente que supe es que estábamos corriendo como tantas veces habíamos corrido cuando éramos niños jugando a algún juego que Olivia se inventaba.

Yo iba por delante, tirando de su brazo, y nuestros pasos sobre el piso no hicieron tanto ruido, pero en medio del silencio, fue el suficiente como para ser un peligro.

Llegamos a la puerta en un santiamén. Metí la llave en la cerradura y, tras dos vueltas completas, la traba cedió para que pudiera bajar el picaporte. Abrí la puerta, tiré de Olivia hacia dentro y volví a cerrar con llave.

Todo en un parpadeo.

Apoyé mi espalda contra la puerta y Olivia se agachó para poner sus manos sobre sus rodillas y recuperar el aire.

Mi vista pasó por cada centímetro del nuevo pasillo de administración en el que estábamos, buscando amenazas, para luego caer en ella. Y cuando sus ojos conectaron con los míos, hizo algo que me desconcertó.

Sobre el hielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora