|Capítulo 22|

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Si no es de tu agrado, no hace falta que dejes de leer el libro, puedes saltearte el capítulo e ir al siguiente.

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Devon se separó de la puerta, aún sosteniéndome en sus brazos, y nos guio por las sombras de la habitación. Su boca no se despegó de la mía en ningún momento, parecía que nos necesitábamos el uno al otro como nunca habíamos necesitado de algo.

Se sentó en el borde de la cama haciendo que yo quedara sobre él a horcajadas. Devon separó nuestros labios con esfuerzo como si le lastimara físicamente cada centímetro que nos alejaba.

Conectó sus ojos con los míos y pude ver lo mucho que se nos había ido la situación de las manos. No había retorno, después de experimentar el deseo por el otro jamás podríamos volver a lo que habíamos sido alguna vez.

Tampoco creía que ninguno quisiera hacerlo.

—¿Estás segura de esto? —preguntó tiñendo su voz del mismo sentimiento que lo había invadido antes.

—No voy a volver a pedírtelo —advertí con un tono ronco.

Devon gruñó y llevó su cara a mi cuello marcándome con cada mordida, como si quisiera dejar evidencia de que era suya, y arrancándome en el acto pequeños gemidos.

Tomó mis caderas con una mano a cada lado y las empujó hacia abajo al tiempo que él levantaba las suyas. Ambos jadeamos y yo coloqué mis manos en sus hombros para hacer que su espalda chocara con el colchón.

Subí sobre su cuerpo y colé mis dedos por debajo de su camiseta sintiendo su trabajado abdomen de jugador de hockey. Le quité la prenda y la arrojé a algún rincón de mi habitación. Me estiré sobre su cuerpo para juntar nuestros labios.

Su lengua volvió a arremeter contra la mía, como si buscara dominarme. Tiré de su pelo con mis manos y corté el beso mordiendo su labio inferior. Yo estaba sobre él, yo tenía el poder.

—Sé que eres una obsesiva del control —escuché su susurro áspero en mi oído—, pero adivina qué...

Devon agarró mis caderas con firmeza y me volteó dejándome debajo de él en un parpadeo.

—Yo también lo soy —habló sobre mis labios y atacó mi boca sin piedad.

Llevó sus manos a mi camiseta y me la arrancó sin preguntar. Si lo hacía era capaz de asesinarlo.

En el camino de la puerta a la cama, de alguna forma que desconocía, nos habíamos quitado los zapatos. Por lo que él solo llevaba sus pantalones y bóxer, mientras a mí me quedaba el short y la ropa interior.

Pero no por mucho, porque clavó su excitación en mí, arrebatándome un gemido que su boca tragó, y logró que arqueara mi espalda. Rápido, pasó su mano por debajo de ella y llegó al broche del sujetador blanco que llevaba.

Sobre el hielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora