CAPÍTULO 38

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—Este mundo es la granja del universo, criadero y matadero —dijo Fálasar aquella vez, en la cima de la montaña.

—¿Qué significa eso? —pregunté.

El señor rojo contempló el paisaje que se extendía bajo nuestros pies y una repentina corriente de aire hizo ondear su larga melena. Apenas parecía consciente de mi presencia. Su mente era tan frágil y cambiante como aquel mundo de ensueño.

—Hace casi un milenio, en mi lamentable exilio tras el incidente de Padia Rael, llegué hasta el confín del mundo conocido en busca de un conocimiento prohibido. Deseaba con todas mis fuerzas resucitar la familia de Selitya y al resto de mis víctimas. Anhelaba su perdón y reencontrarme con mi amada. Pero, por encima de todo, no podía vivir como un asesino. Mi magia y mis habilidades... no podían servir únicamente para arrebatar vidas. Y mi viaje me llevó hasta esta montaña. El aura y el poder que desprendía causaba la locura en todo aquel que osara surcar sus senderos. Pero yo era poderoso, tremendamente poderoso, y estaba decidido.

El paisaje empezó titilar, como ráfagas de luz grabándose en mi retina. Me pareció ver a un joven ante una figura borrosa y resplandeciente. Cuando regresamos a la montaña, Fálasar tenía el rostro crispado de angustia y dolor.

—¿Qué era eso? —La escena parecía disiparse de mi memoria, y los detalles se perdían por momentos—. ¿Qué encontraste en esta montaña?

El señor rojo guardó silencio, como si no recordase que estaba allí.

—Parecía una especie de...

—Me aventuré mucho más allá—dijo de pronto, abatido—. Montaña tras montaña, me adentré en este lugar que tan místico y enigmático resultaba. Sería el primero en llegar hasta el final, hasta la fuente de aquel inmenso poder, estaba convencido. Por desgracia... lo conseguí.

Se volvió para mirarme, incluso pareció sorprendido de encontrarme allí.

—Alcancé a presenciar una escena cautivadora. Era un descubrimiento inaudito. Ante mí se alzaba imponente la fuente de un poder incalculable. Cada fibra en mi cuerpo repelía su presencia y mi instinto me exigía a voz de grito marcharme de allí. Pero tenía un sueño, un propósito... Y estaba dispuesto a dar la vida por él.

Fálasar contempló sus manos temblorosas. La leyenda del señor rojo quedó reducida a cenizas. Lo único que alcanzaba a ver era un hombre derrumbado e impotente, consumido por el arrepentimiento y la desesperación. En apariencia, su cuerpo era alto, fuerte y vigoroso. Pero era de mente y espíritu tan frágiles como la escarcha. Mantenían una precaria y maltrecha forma, llena de grietas y fisuras.

—Había descubierto, estúpido e ignorante, la Semilla de la Vida, y me fundí irremediablemente con ella. Accedí a una fuente inagotable de poder, limitada tan solo por mi condición humana. Lo que no esperaba era quedar atrapado. Y jamás imaginé que sería maldito con los recuerdos y la historia de este mundo maldito.

Tenía un centenar de preguntas que hacerle, pero sentía que no debía intervenir. No estaba seguro hasta qué punto me hablaba a mí, y no a sí mismo o a la humanidad que había atormentado.

Fálasar inspiró hondo.

—Hay un ciclo que se repite desde el inicio de los tiempos. Cada decenas, cientos de miles o incluso millones de años, la Semilla de la Vida activa un cataclismo. El apocalipsis que acaba con toda forma de vida en la faz de Ra'zhot. El material vital de todos los seres vivos, su código genético y la información de toda evolución y adaptación hasta aquel momento, es recolectada con sus muertes durante este cataclismo.

»Canalizando la magia de la Luna Roja, la Semilla inicia el hecatombe, y absorbe toda aquella información. El código y la historia evolutiva de toda forma de vida viaja hasta la Roja, donde se descarta una parte y prevalece únicamente el código más apto. Todo el material vital elegido es reabsorbido por la Luna Anciana, que lo replica infinitamente, creando "semillas germinales" en cantidades abrumadoras. Todas ellas son lanzadas a Ra'zhot, hacia un portal de dimensiones titánicas generado por la Semilla de la Vida.

Las Crónicas Del Fénix II: La Ascensión De FálasarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora