CAPÍTULO 22

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Tres días. Quizás cuatro. No había forma de saberlo. Ese era el tiempo que llevaba encerrado en las mazmorras del castillo.

El nivel al que me habían llevado era profundo y aislado, alejado de las celdas comunes y de sus prisioneros habituales. Supongo que yo no era habitual, y por eso tampoco podía serlo mi prisión. Cuatro paredes lisas como el agua estancada, y un frío banco por cama. Lo único que me mantenía a salvo de la oscuridad era una pequeña rendija en la puerta, que permitía a la luz del pasillo inundar mi deprimente estancia.

Todavía llevaba puestos los grilletes y no tardé en descubrir el por qué. Me mantenían débil. La mitad del tiempo estaba dormitando, llegando a confundir los sueños con la realidad, mientras que la otra mitad contemplaba impotente cómo me abandonaban las fuerzas. Supuse que debían ser obra de las diestras manos de cierto mago.

Nadie importante me visitó en ese tiempo, lo que me hacía preguntarme cuánto tiempo pasaría antes de que mis amigos empezaran a hacer incómodas preguntas. Aún así, siempre había al menos un par de guardias custodiando el pasillo y cada cierto tiempo venía alguien para traerme comida. Recordar las visitas que recibía al día era mi única forma de llevar la cuenta entre tantos sueños y delirios.

Traté de derribar la puerta en varias ocasiones, a pesar de las amenazas de los soldados, pero se trataba de una monstruosidad metálica inquebrantable. Y lo que es más; seguía sin conseguir acceder a mi poder. Ya no lo hacía desde aquella noche, cuando el rayo rojo iluminó el cielo y el trueno rompió el silencio; cuando se cumplió una terrible maldición.

Lo único que pude hacer durante ese tiempo fue lamentarme y tratar de imaginar qué podría haber hecho para que las cosas fueran distintas. Me planteé más de una vez qué habría pasado si hubiera dicho la verdad, qué pasaría si lo hiciera ahora, pero cada vez llegaba a la misma conclusión; el reino de Fávex no estaba preparado. Las heridas del pasado seguían abiertas, tanto que eran capaces de vitorear la tortura de un inocente en nombre de la justicia. No, jamás aceptarían la posibilidad de un pacto con Fálasar, menos cuando este consistía en devolverle su poder, menos cuando ni siquiera yo sabía qué hacer.

Perdido en mis pensamientos, sopesando la fatiga y el incierto, tardé en identificar aquel ruido por lo que era. Estaban llamando a la puerta. Hice un esfuerzo por incorporarme y arrastré los pies hasta la entrada.

Tuve que contener mi reacción al verla tan de cerca, bañada en la ondulante luz de las antorchas.

—Tenemos que hablar.

Me encogí de hombros.

—No me voy a ir a ninguna parte.

Abigail negó en un suspiro. Ordenó a los guardias retirarse con un gesto y sostuvo en alto las llaves.

—Voy a entrar. Confío en que no intentarás nada estúpido.

—Eso sería confiar mucho.

Hizo caso omiso a mi comentario y abrió la puerta.

Por alguna razón, se me aceleró el pulso. Era la primera vez que se me brindaba la oportunidad de hablar con ella y no quería desaprovecharla. Pero no sabía cómo enfrentarme a la situación. Era incapaz de plasmar en palabras lo que esa chica me había hecho sentir, ni lo bueno y menos aún lo malo. Todo alrededor de ella era confuso y misterioso, al menos a mí me lo parecía.

La chica de ojos electrizantes cerró la puerta y me dedicó una significativa mirada.

—¿Puedo sentarme?

Señalé el banco con gesto indiferente.

—Mi celda es vuestra celda, princesa.

Abigail asintió con los labios fruncidos, como si se esperara aquella hostilidad. Se deslizó sobre el banco y yo tomé asiento en el suelo, recostado contra la fría puerta.

Las Crónicas Del Fénix II: La Ascensión De FálasarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora