CAPÍTULO 42

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Su cálido abrazo llegó por sorpresa.

Se aferraba a mí como al rocoso saliente de un abismo, aunque su delicado y afligido rostro permanecía oculto en mi hombro. Me abrazaba con fuerza por la espalda, entrelazando las manos sobre mi pecho, como si el mundo entero fuera a derrumbarse sobre nosotros. Su cabello plateado me rozaba la mejilla, sentía su respiración y el llanto contenido en su voz.

Ni el mayor dolor ni la peor maldición podrían impedir que se me aligerase el corazón. Porque Seya me abrazaba como si jamás fuera a soltarme.

—Vive —susurró con voz ahogada, conteniendo un profundo sollozo—. Vive, vive, vive... Mil veces vive. Quédate conmigo.

Quería abrazarla, rodearla en mis brazos y prolongar hasta la eternidad aquel instante. Pero mi cuerpo ya pertenecía a la Semilla, y pronto mi alma también lo haría.

Quería tomar su mano y marchar juntos colina abajo, contándonos la vida entera. Quería conocerla y saberlo todo de ella, quizás así podría llegar a entender por qué una chica tan maravillosa se enamoró de mí. Pero yo jamás podría abandonar este lugar... Si de verdad me importaba la chica de cabello plateado, mis amigos y todos los demás, entonces debía abrazar mi destino.

—Seya... —musité, consciente de que todavía desprendía el demoledor aura de Fálasar, y que a pesar de ello no me soltaba—. La Semilla es peligrosa. Y ahora mismo, yo también. Tienes... que alejarte de aquí.

Seya se pegó todavía más a mí.

—No lo entiendo, ¡no puedo entenderlo! —Podía sentir sus lágrimas, pues cada una de ellas hervía en mi corazón más terrible que la Vida misma. Pero su voz sonaba desolada y desesperada. En el fondo, donde guardamos nuestras mentiras más piadosas, Seya ya lo sabía—. Pensaba que nunca volvería a verte, que seguiría maldita y que solo con tu muerte regresaría. Pero puedo sentirlo. Fálasar y su maldición han desaparecido. Por fin soy libre de vivir, de permanecer a tu lado. Por eso no lo entiendo. Si ya no estoy maldita... ¿por qué te tengo que perder?

Cuando la conocí, cuando contemplé por primera vez aquel semblante autoritario de mirada tormentosa, jamás imaginé que viviría para verla sollozar desconsolada en mis brazos. Su cuerpo tembloroso aferrándose a mí; aquella imagen fue como ver partirse el cielo y apagar el sol.

Seya era todo lo que amaba de la vida, todo lo que el mundo podía ofrecer, todo lo que siempre había tenido. Y ahora esa vida, y ese amor, luchaba desesperadamente por prevalecer.

—Si eres tú quien me abraza y me suplica que no me vaya, no voy a ser capaz de cambiar nada —dije con voz trémula, cosechando voluntad con cada palabra, tratando de sobreponerme al dolor de la Semilla—. Lo único que podría hacer es huir despavorido, contigo de la mano, y alejarme para siempre de mi tormento. Y en el ocaso de este mundo, cuando la humanidad entera se resquebraje bajo el peso de la Vida, disfrutar de unos últimos instantes a tu lado.

—Es verdad —Estalló en una irónica carcajada. El dulce sonido de su risa y el amargo rastro de sus lágrimas me robaron las fuerzas—. Estás diciendo la verdad, Brian. Elegirías vivir y estar conmigo por encima de todo.

—Sí, tienes un poder mucho mayor que la magia de las lunas, y con él serías capaz de doblegarme sin remedio —Di un paso al frente, adentrándome todavía más en la corteza, y Seya avanzó abrazada a mí—. Si no hago esto, si no ocupo el lugar de Fálasar, este mundo conocerá su fin, Seya. La fuerza primigenia que ahora mismo nos intenta consumir, desatará un cataclismo que arrasará con todo cuanto conocemos. La única forma de detenerlo es mantener la presencia y la maldición de Fálasar intactas, por eso debo ser yo, y solo yo, el que se entregue a la Semilla. Por eso... debes dejarme ir.

Las Crónicas Del Fénix II: La Ascensión De FálasarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora