CAPÍTULO 24

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Tirigan estaba entre ellos. Pero mantuve la compostura cuando me sonrió con malicia.

Docenas de soldados y magos encubiertos formaban la avanzadilla que interceptó a los mensajeros de Fálasar, al pie de la muralla. Sobre esta, un terrorífico desfile de fuerza pretendía intimidarlos y asegurar nuestra situación.

Los arqueros estaban en tensión, dispuestos a actuar ante el mínimo indicio de una ofensiva. Y lo harían de todos modos si los mensajeros demostraban estar solos e indefensos, aunque nadie era tan iluso como para pensar eso.

—Hablad, ratas inmundas —dijo alto y claro Hanra, vistiendo una pesada armadura, luciendo el azul de Fávex.

Tirigan dio un paso al frente.

—Pero nosotros, noble señor, ya hemos dicho todo lo que teníamos que decir. Dejad marchar a los Jinetes en su travesía. O ved vuestra ciudad arder primero. Ellos vendrán de todas formas.

A cada palabra, la sonrisa en su rostro se fue retorciendo en una mueca sombría e imperturbable.

—Así que ese es Tirigan —susurró Will.

Asentí inquieto, y pude observar la misma preocupación en los rostros de mis amigos. Hanra, al hablar, lo hizo con la tenacidad del hierro.

—¿Y cómo pretende vuestro amo, si puede saberse, doblegar la inquebrantable y honorable ciudad de Fávex? Sé que solo eres un mocoso, pero si has tenido algo de educación, habrás estudiado cómo de infructuosos fueron todos los intentos de vuestro señor en el pasado.

—¡Insectos! —escupió Tirigan—. Nunca el gran Fálasar tuvo motivo real para mancharse las manos escarbando en esta pocilga, donde os revolcáis en ilusorio honor.

El viento retuvo sus palabras, y hasta el último de los soldados se revolvió de rabia ante ellas. Hanra echó un vistazo por encima del hombro, gesto suficiente para obligar a sus guerreros a recuperar las formas.

—Solo hay que miraros —siguió el mago—. Ni siquiera vuestros soldados son capaces de contener el orgullo. ¿Sabéis por qué, insectos? Porque lloráis de alegría a la luna por no haber sido humillados hasta ahora. Porque de entre todos, vosotros sois los únicos que todavía tienen un ápice de dignidad a la que aferrarse. Y eso fue suficiente para que nunca aspirarais a otra cosa que no fuera sobrevivir. Sois un perro lamiendo el hueso que os han lanzado, y estáis orgullosos de ello.

—¿Por eso te marchaste de aquí, Grigtain? —dijo Ildonil, colocándose al nivel de Hanra.

Le miré estupefacto, pero no llegué a verle el rostro. ¿Se conocían? Tirigan apretó los labios en una delgada línea. No dijo nada.

—Eras un niño cuando viniste a mí, emocionado por haber descubierto tu sensibilidad por la magia. En tu excitación hasta dijiste que te convertirías en el primer mago en ascender a la Luna Anciana, y combatir el mal desde allí. Pero nunca conseguiste destacar. No eras ni la mitad de hábil que en tus infantiles sueños de grandeza.

El mago desvió la mirada en dirección a sus compañeros, con el rostro desencajado, pero se detuvo. Parecía haber encontrado algo digno de admirar en el suelo.

—Mi señor consumirá con sumo placer tu alma, viejo amnésico —murmuró, sin apartar la mirada del polvo bajo sus pies—. Siempre busqué el poder que sabía que merecía. Y jamás conseguiría eso aleteando al lado de unos insectos. Es inevitable que nuestro señor se proclame rey de todo cuanto existe. Y sería estúpido interponerse en el camino del destino.

Ildonil meneó la cabeza, gesto que hizo a Tirigan arrugar la nariz con asco, enfrentando su mirada.

—Sigues siendo ese niño, Grigtain, si intentas convencerte a ti mismo de eso. Siempre fuiste un soñador condenado a ver desmoronarse todas y cada una de sus aspiraciones. Pero en lugar de seguir adelante y cambiar las cosas por ti mismo, te rendiste. No te importa tu amo ni sus intenciones, y te da igual la catástrofe que acompaña el nombre de Fálasar, porque tampoco te importan los demás. Mientras consigas el poder que aspiraste desde niño, habrá valido la pena, ¿verdad?

Las Crónicas Del Fénix II: La Ascensión De FálasarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora