CAPÍTULO 10

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La noche llegó de imprevisto, engullendo los últimos vestigios del melancólico atardecer. Miles de estrellas hicieron su gloriosa entrada, como escurridizas bailarinas de un elegante e inmemorial espectáculo; discretas, pero deslumbrantes. Y en lo alto de aquella eterna pista de baile, las dos lunas se alzaban imponentes, compitiendo por la supremacía del firmamento, dirigiendo con inadvertida destreza la coreografía de las estrellas.

Sin embargo, no me fijé en nada de ello hasta bien entrada la noche.

Tras dejar atrás la mujer de mármol, tal y como teníamos previsto, nos dirigimos a la posada indicada e inquirimos al dueño sobre el conductor del carromato.
Descubrimos que, en efecto, había estado allí y tenía la intención de pernoctar en la taberna. Pero no tuvimos la suerte de encontrarlo; había salido media hora antes hacia La corte de los corazones, dispuesto a abandonar Selitya con una sonrisa en el rostro.

De todas formas, supusimos que Fávex estaría en la ruta del carromato y pagamos al tabernero por la información y por hacerle saber al conductor que contaba con dos nuevos pasajeros. Volvimos al Meris y Jak's y nos dimos otro lujo culinario a modo de cena. Era consciente de que hacía mucho tiempo desde que mi estómago recibía aquel trato distinguido y estaba seguro que no me convenía acostumbrarme.

—Se me está acabando el dinero —me susurró Seya una vez hubimos terminado de cenar.

Palidecí un segundo, temiendo lo peor, hasta que añadió:

—Tendremos suficiente para el viaje hasta Fávex, pero una vez allí estaremos a nuestra suerte.

—Pues como sea a mi suerte nos caerá un rayo encima —murmuré cabizbajo.

Un rato después, nos dispusimos a volver a nuestra habitación. Ya habíamos dejado allí la mochila de Seya, pues era un lastre innecesario. Abrimos la puerta, cerrada con llave, y nos adentramos en la estancia. Era un cuarto sencillo y humilde, pero cómodo y acogedor. Contaba con una cama en medio de la pared de en frente de la puerta, con una mesilla con lámpara a un lado y un pequeño armario de cajones al otro. La lámpara estaba iluminada por una vela que ardía con ondulantes movimientos en su interior. En la pared de la izquierda había un minúsculo cuadrado que hacía de ventana, y bajo ella descansaba un viejo escritorio. La pared de la derecha estaba desnuda, a excepción de dos antorchas que iluminaban la habitación, y en un rincón del techo junto a ella, distinguí la trampilla que llevaba al tejado.

Me fijé en la cama y tuve un breve escalofrío al darme cuenta de un detalle obvio; solo había una cama.

Miré a Seya de soslayo, pero ella no parecía haber reparado en aquel inconveniente, y de haberlo hecho, no le había dado importancia alguna. Se acercó al escritorio y arrojó sobre la mesa la chaqueta de cuero, quedando en la camisa de tirantes blanca. Sentí un nudo en la garganta antes de hablar.

—Bueno, dormiré en el suelo

Seya me buscó con la mirada y frunció el ceño.

—¿Por qué harías eso? —soltó, al parecer, realmente extrañada.

El nudo se hizo más pesado y apreté los labios con una mueca, temiendo que estuviera burlándose de mí.

—Eh, bueno... Ya sabes. Solo hay una cama y... Bueno, somos dos personas y no somos, es decir... —di un suspiro y me rasqué la cabeza y decidí tomar la vía fácil—. Es una costumbre de mi mundo. Cuando dos personas comparten habitación por primera vez, una de ellas duerme en el suelo.

—Tu mundo está lleno de excentricidades, Fersir —contestó con media sonrisa petulante.

No, no le podía colar ni una. Era imposible mentir a aquella chica. Ya ni entendía por qué seguía intentándolo. Supongo que era casi como un desafío personal.

Las Crónicas Del Fénix II: La Ascensión De FálasarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora