El corazón se agitaba como si tuviera vida propia. Las manos conocieron un leve temblor que ni el peso de las cadenas pudieron disimular. Las piernas parecieron olvidar su función, volviéndose mucho más rígidas que de costumbre.
La mente; el ojo del huracán.
En unos segundos, todos los soldados que nos habían custodiado hasta entonces se dispusieron a ambos lados delante de nosotros, formando un angosto pasillo de hostiles miradas. Clefti permaneció a nuestras espaldas y nos apremió a avanzar. A medida que caminaba, tambaleando mi cuerpo con fingida despreocupación y auténtico abatimiento, me atreví a mirar más allá de mis propios pies.
Al fondo de la estancia, justo delante de dos amplios ventanales de arco, sobre una tarima circular de piedra, se alzaba el trono del monarca. Abruptos escalones conducían a lo alto del estrado, pero Clefti nos hizo detenernos justo al borde de los primeros escalones. A ambos lados de la tarima, dos grandes braseros de bronce crepitaban en inexplicable silencio; sus llamas azules contorneaban en un seductor espectáculo.
El rey nos escudriñaba con gesto inescrutable. Era un hombre adulto, todavía con un largo recorrido por delante como para considerarlo un anciano. El cabello oscuro le rozaba los hombros. Una poblada barba, aunque debidamente cuidada, cubría su duro rostro. Era de facciones rígidas y bien delimitadas, tez sombría y amenazadora. El azul de sus ojos, alrededor de los cuales se reunían el grueso de sus arrugas, me produjo un familiar escalofrío. Se aferraba a los laterales de su trono con un afán que rozaba la ansiedad.
—Arrodillaos —susurró a nuestras espaldas el supuesto correcaminos, con un obvio deje de impaciencia.
Seya hizo amago de obedecer la orden, pero, en un inexplicable impulso, la detuve a tiempo.
—No nos arrodillamos —musité firme, tratando que fuera la única que escuchara el mensaje.
—Esto es mucho más grave que el descuido del orgullo, Brian —contestó en el mismo tono, antes de clavar las rodillas en el suelo.
Miré de soslayo al rey, que se estaba tensando tanto en el asiento que daba la impresión que iría a levantarse en cualquier momento.
Pensé en mis amigos, en nuestra situación, en todo lo que estaba en juego. Y, muy a mi pesar, tuve que resignarme y aceptar que Seya tenía razón. Me deslicé hasta el suelo, en un suave movimiento que trataba de aferrarse a cualquier dignidad que pudiera conservar. Fue entonces cuando Aldonor Velara habló.
—¿Eres el que se hace llamar Brian Blake?
Su voz, áspera y grave, denotaba una autoridad abrumadora. El imperativo tono pareció llenar la estancia. Su voz se sobrepuso a cualquier otro insignificante sonido. El aire pareció quedar suspendido, a la espera de la respuesta que no llegaba. Me aclaré la garganta, tratando de disimular el nudo que se me había formado, y contesté con toda la firmeza a la que pude recurrir.
—Soy el que se hace llamar Brian Blake
Antes de poder sopesar el efecto de mis palabras en el monarca, un seco golpe en la nuca me nubló la vista y me hizo perder el equilibrio.
—Cuando te dirijas al rey, debes tratarle siempre de Majestad —oí susurrar a Seya, antes de que Clefti me levantara con brusquedad del suelo, hasta quedar de nuevo de rodillas ante el magnánimo trono.
El rey retiró la mano del lateral para acariciarse la barba, y al instante volvió a dejarla descansar en su sitio.
—¿Por qué estáis aquí, Jinete? —espetó, cargando de un profundo desprecio la última palabra.
Tardé un segundo en procesar la pregunta, todavía aturdido por el traicionero golpe del pícaro de Selitya.
—Majestad —comencé, decidido a seguir la estela de la sinceridad y apartar cualquier rastro de incertidumbre o inseguridad—. Hombres procedentes de Ra'zhot nos arrancaron de nuestros hogares. Nos trataron con brutalidad y nos manipularon tan solo por el hecho de poseer un poder que no habíamos pedido y que, desde luego, no deseábamos. Nos mantuvieron cautivos hasta que la situación se tornó insostenible. Fuimos atacados por criaturas de pesadilla procedentes de este mundo y nos urgieron a huir del nuestro con tal de proteger a nuestros seres queridos. Pero no llegamos juntos a Ra'zhot. Fuimos separados y apartados los unos de los otros. Desde mi llegada aquí, lo único que he querido ha sido encontrar a mis amigos y volver a casa, con la seguridad de que no correr ningún peligro por hacerlo. Sé cuál es vuestra postura ante Fálasar —Aldonor Velara arrugó el rostro con desagrado ante la mención del Señor de la Luna—. Y estoy de acuerdo. Es un ser cruel y despiadado que nunca debería haber existido. Estoy al tanto de los antecedentes del poder que albergo, pero yo nunca lo usaría para semejantes propósitos. De hecho, ni siquiera deseo volver a liberarlo. No soy vuestro enemigo, Majestad. Ni yo, ni mis amigos, que sospecho están aquí. Estamos del mismo lado, rey de Fávex.
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Las Crónicas Del Fénix II: La Ascensión De Fálasar
FantasySEGUNDA PARTE DE "LAS CRÓNICAS DEL FÉNIX" NO LEER SI NO SE HA LEÍDO LA PRIMERA PORQUE CORREIS EL RIESGO DE NO ENTERAROS DE UNA MIERDA :) Sinopsis: La agobiante experiencia que supone cruzar el portal a Ra'zhot no será sino el primero del cúmulo de i...