Las Crónicas Del Fénix II: La Ascensión De Fálasar

CAPÍTULO 5

Tan solo puedo suponer lo que ocurrió a continuación, porque en su momento no era dueño de mí mismo.

Me desperté sobresaltado, con los ojos desorbitados, bien sea por el poder que sentía o bien por haber regresado de entre los muertos. Era una sensación difícil de describir. Fue como despertarse de un sueño en el que podías volar y averiguar que aún despierto habías mantenido la habilidad.

Sentí las cadenas que me apresaban, sentí el agua que me ahogaba, pero a la vez sentí un calor en mi interior como nunca antes lo había hecho. La impresión después de abrir los ojos supuso una milésima de segundo. Solté un grito atronador. Mis ojos centellearon en las profundidades y el calor explosionó con la fuerza de un tornado. Un ensordecedor siseo se llevó el agua. Las cadenas cedieron al instante y salieron disparadas. Fueron unos segundos caóticos.

Cuando volví a abrir los ojos, me encontraba en una extensa y estéril cavidad. Parecía un cráter. Una densa neblina me rodeaba y ascendía sin remedio hacia el cielo estrellado.

Supe que era vapor; todo el agua del lago se había evaporado.

Me incorporé con la respiración agitada y todavía sintiendo el exceso de poder fundido en mi esencia. Levanté la vista al cielo, y por primera vez desde que había aterrizado en aquel mundo, contemplé las dos Lunas. Una esfera de tamaño poco menor al de la Luna terrestre resplandecía en un tono rojizo, hipnótico, por encima de mi cabeza. Más allá, en una posición más elevada y alejada del firmamento, resplandecía un cuerpo celeste de un azul celestial, claro y suave, brillante y relajante. Era algo mayor que la luna de la Tierra y sentía cierta inquietud contemplándola. Aparté la vista y tomé consciencia de mi situación.

Estaba en el mismo centro de un enorme lago vaciado de cualquier vida, mientras el agua que una vez lo formaba se disipaba por instantes hacia las alturas. Supe que estaba desnudo, tal y como había llegado al mundo, pero no me importó. Mis ojos seguían brillando y yo todavía me sentía invencible. Dibujé una sonrisa en mi rostro, consciente de que no tenía todo el control, y me agaché con ceremonia, preparado para el impulso. Acaricié los cristales de arena que se habían formado alrededor y pegué un salto imposible hacia la lejana y elevada orilla. Volé sin reparo hasta caer con estrépito al suelo.

Contemplé el lago por encima del hombro y aprecié el destrozo. Parecía imposible que hubiera sido capaz de aquel caos. Me sentí vivo, pensando que aquel podría ser solo el principio. Con tal poder, sería capaz de cualquier cosa. Aplastaría como a insectos a todos los que me hubieran hecho daño en el pasado. Les arrancaría el alma de cuajo y se la entregaría a Fálasar. Sí, eso estaría bien, y sabía perfectamente por dónde empezar.

Había cierta arpía que merecía una visita.

Solo el pensamiento de tener aquel frágil cuello entre mis manos me hacía sentir un chute de adrenalina. Estaba más vivo de lo que había estado nunca. Hice memoria y recordé con envidiable facilidad el camino exacto hacia el campamento. Que ganas de volverlos a ver...

Me encaminé a paso resuelto, sin prenda alguna cubriendo mi humanidad, hacia un estrecho sendero. Apenas tenía que pensar. Tomaba los giros por instinto, casi como si oliera la muerte antes de provocarla.

Estaba a mitad de camino cuando noté una presencia. Una sombra detrás de un árbol, una esbelta figura al acecho. Estaba a pocos pasos por delante y parecía estar esperándome. Casi podía notar los agitados latidos de su corazón. Me preguntaba si tendría suficiente fuerza para arrancarlo de raíz. La duda me hizo sonreír y me acerqué al árbol. La figura se removió.

—Muéstrate. Quiero ver a quién voy a matar —solté en tono cortante, escuchando la voz como si estuviera en un sueño.

La figura abandonó las sombras y se plantó ante mí. La luz de las lunas bañaba su rostro y no tardé en sentir crecer una chispa en mi trastocado corazón. Era Seya.