CAPÍTULO 25

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Era una barrera que rechazaba mi presencia como la noche el día.

Nos habíamos dispuesto a ambos lados de los magos, que seguían sacando fuerzas de donde no las había por debilitar el escudo. El aire alrededor hervía y resultaba áspero al respirar. La simple energía que desprendía amenazaba con hacernos perder el equilibrio. Pero la rojiza cúpula soportaba el castigo de los hechiceros.

Junto a Nathan, por un lado, y Chloe y Will por otro, tratábamos de usar nuestros propios cuerpos para penetrar en la barrera. Las manos extendidas, empujando contra un muro tremulento en un vaivén incesable.

El dolor solo podía ser descrito con palabras insignificantes, fugaces. Nada se acercaría a la realidad. Cegado por la intensidad del ataque de los magos, soportando el peso de mi humanidad.

Donde mi cuerpo se fundía con la translúcida barrera, la piel parecía hervir en los calderos del infierno, retorciéndose entre hierros candentes, desgarrándose, abandonando el cuerpo. La presión del pecho me impedía respirar. El estruendo de aquel choque de fuerzas me aislaba por completo de la realidad.

Solo había lugar para el caos inmediato. Nosotros lo habíamos elegido y no saldríamos de él hasta que uno de los dos pereciera. No había vuelta atrás. Lo sentía en mis entrañas, lo escuchaba en los rugidos de mi corazón; me había entregado a sofocar el caos, o bien verme arrastrado por él.

Noté las lágrimas cuando me llegaron a los labios, saladas y fervientes. Podría dejarme caer, arrodillarme y dejar en manos de la suerte la vida de los demás. En un segundo todo habría terminado. Aquel dolor, que me enseñó a olvidar los límites del sufrimiento, cesaría. La paz era un canto de sirena que resonaba por encima de la terrible realidad.

—¡No! ¡Por la Luna Anciana, por los Bendecidos, aguantad!

La voz de Ildonil parecía llegar de las profundidades de un turbio lago.

Poco después, se le unió un eco retumbante, como el gemido de una bestia colosal. Hanra había hecho sonar el cuerno.

Pero el mago no se encogió.

—¡La magia anciana y la magia roja uniendo fuerzas! ¡Es una hazaña, un milagro, por eso debe prevalecer! ¡Aguantad, Jinetes!

Yo podría ceder. La paz resultaba tentadora. Como regresar a un sueño perfecto del que acababa de ser arrancado.

Pero conmigo desaparecería mucho más.

El precio de mi paz costaría la memoria de todas las personas que dan forma a mi corazón. Cada una de ellas, con cada palabra, cada gesto, cada momento... Ladrillos construyendo la base de lo que era.

Personas fuertes, entrañables, imperfectas. Ellas me convirtieron en lo que era en ese preciso instante. Quién ardía en agonía por detener los enemigos de la humanidad. En mis brazos no residía solo mi fuerza, sino la de todos ellos, y de aquellos que dieron vida al suyo propio.

Con tanta fuerza en mi interior, con la voluntad de todos mis amigos, ¿cómo iría a doblegarme? ¿Cómo sería posible arrodillarse y desperdiciar su regalo? ¿Cómo no defenderlos hasta el último aliento?

—¡Esto no es peor que la isla o la palabrería de Boris! ¡Esto no es nada para nosotros! —grité ignorando el fuego que desgarraba mi garganta—. Will, Nathan, Chloe. ¡El dolor somos nosotros mismos! ¡Si sabemos quiénes somos y lo aceptamos, no hay límites para lo que podemos conseguir!

—¿Es que a ti te duele? —me llegó la forzada voz de Nathan—. ¡Pensaba que este cosquilleo era última línea de defensa!

Dudo que lo consiguiera, pero me lo imaginé componiendo una sonrisa.

Las Crónicas Del Fénix II: La Ascensión De FálasarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora