CAPÍTULO 19

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No tenía ni idea de qué ocurriría.

Alguien, una vez, me dijo que cualquiera que tuviera intenciones hostiles hacia su anfitrión, no pasaría. Si no pronunciaba el juramento, no pasaría. Y aunque superase todas aquellas barreras, si la magia de los Ancianos así lo decidía, tampoco pasaría.

Pero ¿y si alguien intentase cambiar eso? ¿Y si un joven que no entendía la magia ni la naturaleza del mal decidiese recurrir a la Luna Anciana? ¿Y si rompiendo las mismas reglas que hacían de aquel un lugar virgen y seguro, fuese la única forma de hacer lo correcto? ¿Sería capaz la fuerza del equilibrio de quebrantar sus propias leyes?

Cuando noté el amargo gruñido del monstruo al precipitarse contra el suelo del Rincón, tuve la certeza de que alguien, en algún lugar y por algún motivo, había escuchado mis plegarias. Durante un breve segundo no me atreví a despegar el rostro del suelo. Ahora era más consciente que nunca de lo que había hecho. Y aunque una parte de mí estaba aliviada por haber conseguido alejar a aquel monstruo del castillo, la voz de la razón me instigaba a no volver a cometer semejante estupidez en lo que me quedase de vida. Y en aquel momento, las apuestas a mi favor eran bastante escasas.

Escuché al monstruo enderezarse antes de verlo y me incorporé de un salto. Lo tenía ante mis narices, pero estaba de espaldas. Como si mis pensamientos le hubiesen advertido, se dio la vuelta con brusquedad y yo retrocedí a trompicones varios pasos, hasta dar con la pared de las camas colgadas.

—¿Qué… qué has hecho? —siseó entre dientes.

Tras deshacerme del nudo que me oprimía la garganta, logré decir:

—Conseguir algo de privacidad.

Soltó un rugido que hizo temblar las paredes y su melena empezó a flotar de forma más exagerada en el aire.

—No puedo percibir a mi señor, ¡no siento a Fálasar!

Se abalanzó sobre mí a tal velocidad que apenas logré exhalar un grito ahogado. Me aplastó contra la pared de una patada, haciéndome chocar contra la base de hierro de una de las camas. Perdí la capacidad de respirar al instante y temí no volver a recuperarla. Sentí mil agujas taladrándome los músculos, buscando su camino hacia los huesos. Mantuvo la presión y empezó a elevar la pierna, arrastrándome hacia arriba, con la piel al rojo vivo contra el hierro. Teniéndome a su merced, acercó ambas manos a mi rostro, y deslizó con delicadez sus garras a lo largo de mis mejillas. A pesar de la sutileza, estaban tan afiladas que pronto noté pequeños hilillos de sangre humedecer mis labios.

—Patético, patético, tan patético. El portador del poder de Érafel, reducido a una inmundicia cobarde y temerosa de su verdadero potencial.

Las garras del pie que me sostenía empezaron a clavárseme en el pecho. Unas lágrimas de puro dolor se deslizaron por mis mejillas, para encontrarse con la sangre y el sudor, y dar así forma al rostro de alguien derrotado.

—No eres digno de servirle. No vales ni para eso —apartó las manos de mi rostro y se las llevó a la boca, dónde lamió hasta la última gota de sangre—. Qué contaminado está el espíritu de Érafel. Mancillado de la debilidad y torpeza de su anfitrión. Tus sentimientos son veneno para el poder que clama con liberarse. ¡Jura lealtad a Fálasar y abraza tu destino!

Traté de toser, pero la presión apenas me permitía respirar y el dolor me impedía pensar con claridad. Aquel debía ser mi final, no había otra explicación.

Por alguna razón, no podía enfurecerme, no conseguía llamar al poder de Fálasar, y no estaba seguro de querer hacerlo. Había abandonado a mi madre, al igual que mi padre nos abandonó a nosotros. Había sido engañado y traicionado tantas veces que la verdad se había convertido en algo difuso y escurridizo. Había vivido lo suficiente como para mirarme al espejo y sorprender a un completo extraño devolviéndome la mirada. Fui mártir de la ilusión del amor. Fui conocedor de un nuevo mundo y víctima de sus desgracias. Fui más de lo que pedí ser, pero menos de lo que podría haber sido. Si todo el universo parecía conspirar con el fin de concluir mi viaje, ¿había algo que pudiera hacer para huir de su acecho?

Las Crónicas Del Fénix II: La Ascensión De FálasarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora