CAPÍTULO 2

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El tiempo era confuso. Recuerdo dormirme y despertarme repetidas veces, desorientado y sin saber cuánto hacía que estaba a merced de aquella criatura. En algunas ocasiones, al despertar, tenía la vaga sensación de estar en la cómoda y desordenada cama de mi habitación, para luego ser golpeado sin piedad por la caprichosa realidad. La sensación de hambre y de sed, de cansancio, dolor y miedo, todas ellas trabajando en una cruel armonía, causaban que volviera a dormirme durante unos minutos más. Y así una y otra y otra vez.

En una ocasión la poblada melena de la bestia me estaba cubriendo el rostro antes de despertarme y, en mi locura, por un momento pensé que se trataba del sedoso cabello de Abigail. Estaba seguro que de haber tenido algo en el estómago lo habría vomitado.

Incluso soñé varias veces. No eran la clase de sueños proféticos que había tenido en el pasado, sino sueños sencillos y estúpidos que me servían para escapar unos instantes de la desafortunada realidad. Soñé que el día de mi secuestro también se habían llevado a Brad y que tenía que salvarlo en numerosas ocasiones mientras me preguntaba a mí mismo:

«¿Por qué lo haces? Si es un idiota... ».

También soñé que mi padre volvía un día a casa, explicando que le había secuestrado una organización secreta y maléfica y que por eso desapareció cuando yo no tenía más de cinco años.
Soñé que me encontraba con todos mis amigos en una taberna y les explicaba cómo había tenido que derrotar a un feo y peligroso monstruo con una lengua descomunal para poder reunirme con ellos.

También soñé con el día que pasé en el lago junto a Abigail hacía unas semanas, pero dónde debía estar su precioso rostro estaba el del monstruo que cargaba conmigo. Ese sueño lo tuve justo después de confundir el grasiento pelo del gorila lagarto con el de Abigail.

En uno de mis momentos de dudosa lucidez pude apreciar cómo el monstruo me tendía en el suelo. Me rodeaban docenas de sombras difusas y poco claras. Intenté escudriñar sus figuras hasta que de pronto me percaté de lo cómodo que era el suelo y caí en un largo y profundo sueño.

***

Desperté ante un tenue rayo de sol que luchaba por abrirse camino entre mis párpados. Abrí los ojos y pronto me di cuenta que los párpados serían el único músculo que iría a mover. Me dolía cada centímetro del cuerpo. Era una sensación parecida a las agujetas, a miles y miles de agujetas que actuaban sin siquiera estar moviéndome. Atravesar aquel portal, junto a los sucesos que habían ocurrido después (caer del cielo en un lago y casi ahogarme para luego ser atacado por lo que sea que fuera aquella cosa), y la falta de alimento y agua en no sé cuanto tiempo se habían combinado de tal forma que sentía que nada excepto quedarme allí y morirme en paz me aliviaría.

Me percaté de que el día que Boris... Rylio nos había hecho levantarnos para reunirnos a todos en el claro no había comido nada. Después de aquello nos atracaron aquellas criaturas encapuchadas que se desplazaban con una densa y oscura niebla a través del aire y tuve que dejarme llevar y hacer uso de mi poder para sobrevivir. Después había atravesado aquel portal y había permanecido en una especie de limbo total y absoluto. Y después estaba, por supuesto, todo lo que me había pasado ya en Ra'zhot en mi primer día. Pensándolo bien, era una suerte que siguiera vivo.

Levanté el cuello ligeramente y eché un vistazo alrededor. Estaba en una especie de tienda de campaña bastante rudimentaria y poco espaciosa. Estaba tendido sobre un cúmulo de sábanas y la luz del sol penetraba a través de una rendija en la tienda, dándome de lleno en la cara. Levanté un brazo para cubrirme y al hacerlo me azotó un agudo dolor. No pude evitar soltar un sonoro quejido y deseé con todas mis fuerzas que hubiera pasado desapercibido. Pero no fue así. Pocos segundos después, una gruesa mano asomó a través de la rendija, que se abrió de golpe dejando pasar una robusta figura. Una figura humana. Me permití un leve suspiro al comprobar que no se trataba de aquel monstruo.

Las Crónicas Del Fénix II: La Ascensión De FálasarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora