CAPÍTULO 29

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Aquella noche, nuestro guardián no mostró piedad.

Brillaba la sangre en las estrellas. Una cruel sonrisa que ahogaba nuestra esperanza. Un rugido que despertaba las pesadillas olvidadas. Era un dios de dos caras. Las lágrimas de un amigo que apartaba la mirada. Una triste estocada al corazón de la humanidad.

Al verlo, todos nos preguntamos cómo pudo el cielo darnos la espalda.

Las bestias de Fálasar encogerían el corazón del más valiente soldado. Eran un cataclismo que amenazaba con barrer cualquier indicio de resistencia.

Durante un instante, no fui capaz de apartar la mirada. Los veía con tanta claridad que maldecía mis ojos. Los monstruos se retorcían en el aire, amontonándose unos encima de otros. Eclipsaban ambas lunas, entorpecían a las bailarinas, contaminaban el sempiterno baile de las estrellas. Se habían adueñado del firmamento, secuestrando la esperanza de un nuevo amanecer.

No me movía. Pronto caerían sobre nosotros.

¿Qué era lo que debía hacer? ¿Por qué me sentía así?

—¡Peter! ¡Hazlo ya o no vamos a contarlo! —la voz de Nathan me trajo de vuelta a la superficie.

Una niebla instantánea y rápidos destellos. Instantes antes de que las garras nos alcanzaran, habíamos desaparecido sin dejar rastro. Tras sufrir el tirón, y una fugaz sensación de vacío, aterrizamos con gracia sobre tierra firme.

—Eso ha estado demasiado cerca. ¿Por qué has esperado hasta el último momento? —inquirió Chloe, ajustando la espada al cinto.

—No habría dejado que os alcanzaran —dijo Peter—. Ahora falta ver cómo se desarrolla el plan.

Como una reacción a nuestros pensamientos, los estallidos y silbidos del aire se hicieron eco.

Desde la gran muralla Velara, las catapultas, balistas y arqueros de tiro largo, cargaron con todo lo que tenían sobre el centro del campo, donde habían quedado los monstruos. Desde la muralla interior, el resto de los arqueros no se quedaron cortos.

En un instante, la humanidad había devuelto su rugido al cielo.

Sobre nuestras cabezas, el fuego destellaba amenazante. Todos los proyectiles vestían las llamas azules de la sagrada Anciana. La noche roja y las llamaradas azules teñían la realidad, en un enfrentamiento tan antiguo como la propia existencia.

—Estamos demasiado alejados —advertí al contemplar las murallas. Nos habíamos distanciado del punto central, pero no en la dirección acordada—. Se supone que debemos formar con la infantería del este dentro de poco, desde las cercanías de la muralla interior. Pero estamos al norte, cerca de la caballería ligera, ¿o no?

Los demás miraron expectantes a Peter, que suspiró agachando el rostro.

—Lo siento. He tomado una decisión por cuenta propia. Primero debo ver cómo se desenvuelve el enemigo. Si nuestras fuerzas tienen éxito y logran desplegar la formación, rompiendo sus filas, existe la posibilidad de que logren la victoria. No lucharéis a no ser que sea necesario.

Una segunda oleada inundó el cielo. Los gritos inhumanos del enemigo nos llegaban en ecos apagados. Sin embargo, un denso silencio se había apoderado de nosotros.

—¡Eso no lo puedes decidir tú! —saltó Will, señalándole con dedo acusador—. ¿Y si el hecho de no llegar a tiempo hace que todos mueran en vano?

Peter no dijo nada.

—Sabía que desde que te cayó ese rayo ya no podemos confiar en ti —masculló Nathan, sin mirarle, atento a la vorágine de monstruos que se retorcían entre llamas y cientos de proyectiles.

Las Crónicas Del Fénix II: La Ascensión De FálasarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora