CAPÍTULO 20

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—¡Es él! ¡Brian!

La voz me resultaba cercana y reconfortante.

—¡Llamad a los demás! ¡Y avisad a Ildonil! No, tú quédate conmigo.

—Está consciente, ¿verdad?

—Sí, pero... Venga, ayúdame a levantarlo.

Conseguí mantenerme erguido y me dejé conducir hasta una cama. Decidí quedarme sentado y negué con un gesto cuando trataron de empujarme para que me tumbara. Antes de darme cuenta, llevaba varios segundos con la vista clavada en un punto fijo de la pared.

—Brian...

—¿Sí?

Deslizó las manos con lentitud, como si me diera la oportunidad de detenerla, y atrapó la mía entre ellas. La calidez de su tacto hizo que desviase la vista y fuera un poco más consciente de la situación. Me miraba como si fuese lo único que había en toda la habitación.

—Está bien. Estás aquí, con nosotros. Lo sabes ¿verdad?

—Lo sé, Abigail.

Asintió y agachó la cabeza, ocultando el rostro. A su izquierda, de pie, Esrae me miraba de forma extraña y apartó la mirada avergonzado.

—¿Por qué tardan tanto? —dijo Abigail, apretando todavía más mi mano entre las suyas.

—¿Voy a comprobarlo?

—Sí, mejor. Que se den prisa. Y que Ildonil aparezca de una vez.

El joven sirviente salió corriendo de la habitación, una desconocida para mí. No me molesté en fijarme en los detalles.

—Enseguida llegará, y estarás bien. Te lo prometo.

—Estoy bien.

Me miró fijamente durante unos segundos y fue a decir algo, pero se detuvo.

No sabría decir cuándo, pero todos llegaron de golpe. Antes de que nadie entrara, Abigail se levantó de un salto y les interceptó. Conseguí distinguir el torso tatuado de Hanra y escuché las voces de protesta de algunos de mis amigos. Abigail les gritó algo y luego bajó enseguida el tono de voz, hasta que ya no fui capaz de percibir nada. De todas formas no me habría acordado. Me pareció verla empujar a alguien y tiempo después hablar con calma con un anciano. Ese anciano fue el único que entró y cerró la puerta tras él.

—¿Cómo te llamas, Brian?

—Brian —contesté con naturalidad.

—Claro, eso me parecía —murmuró mientras se rascaba su canosa barba—. ¿Te importa si me siento?

Negué sin mirarle. Escuché cómo arrastraba una silla hasta dejarla a una prudente distancia de mí. Tomó asiento sin prisa alguna.

—Dime, ¿cómo te llamas?

—Brian.

Asintió con gesto comprensivo.

—Estás muy herido, Brian. Pero algunas de esas heridas deben ser atendidas con especial cuidado y mucha urgencia. ¿Estás de acuerdo conmigo?

—Sí.

—¿Qué es lo que te gustaría hacer ahora mismo?

La pregunta me llamó la atención lo suficiente como para sostenerle la mirada al contestar.

—Estar solo.

—Y si consiguieras satisfacer ese deseo ¿cuál sería el siguiente?

Guardé silencio un instante.

Las Crónicas Del Fénix II: La Ascensión De FálasarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora