CAPÍTULO 37

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El sol resplandecía majestuoso. La luz reinaba imperiosa sobre el infinito cielo azul. Las nubes permanecían altas, blancas como la nieve. Y los pájaros alzaban el vuelo con su canto.
Una suave brisa me arropaba y envolvía en un cálido abrazo.

Ante mí se extendía un mar puro y cristalino, inabarcable y conmovedor. El sol se reflejaba solemne sobre su superficie, desde el horizonte llegaba el débil oleaje y la melodía de un mar en calma. Las olas atravesaban mis pies desnudos en la orilla, enviando un cosquilleo por todo mi cuerpo.

El olor del mar, la calidez del cielo, el abrazo del viento, el sonido de la verdadera paz... Era una vista congelada en el tiempo, un paisaje único e irrepetible, y aun así eterno.

—Sí, esta vista no merece menos que la eternidad.

No estaba solo. Una voz tan familiar como desconocida irrumpió en mi silencio. Sonaba profunda, antigua y abatida. Una alta figura apareció a mi lado, contemplando aquel paisaje conmovedor.

—¿No harías lo imposible por proteger este momento, Brian?

No me sorprendió escuchar mi nombre.

Un hombre alto y esbelto, todavía joven, de facciones marcadas y delimitadas. Cansados ojos verdes. Un largo y denso cabello, oscuro como la noche sin luna. Y una expresión curtida por las vivencias de una larga vida.

—Fálasar.

El hombre no respondió. Permanecía sereno, contemplando el mar y el cielo más allá del horizonte.

—¿Estoy muerto?

Negó con un gesto apenas perceptible.

—¿Qué me has hecho? ¿Dónde estoy?

Sentía que debería estallar en ira. Abalanzarme contra él y transmitirle a través de mis propias manos la furia de toda la humanidad. Pero me envolvía una paz inexplicable. Y ante mí no tenía el monstruo que imaginé, sino un hombre silencioso y apagado.

—Recuerdo estar luchando contra tus criaturas... Hemos ganado, hemos matado hasta el último de tus monstruos. No pudimos evitar que Tirigan crease el puente, y perdimos incontables vidas en la batalla... Pero detuvimos su avance a tiempo. Has vuelto a perder contra la humanidad.

Alzó la vista al cielo y cerró los ojos un segundo, sonriendo con amargura.

—Te estás recuperando de esa horrible cruzada. Duermes y sanas tus heridas en el castillo de Fávex. Me alegro de que hayas salvado la vida y de que hayas detenido a mis criaturas. Aunque el ocaso de este mundo sea inevitable, le habéis enseñado valentía y bondad una vez más.

No alcanzaba a comprender qué trataba de decirme. No tenía sentido. Pero yo todavía tenía muchas cosas en mente.

—Ahora sabemos cómo derrotarte. Peter, mi amigo, fue elegido por la Anciana. Guarda el conocimiento y el poder para acabar contigo. ¿Dices que te alegras? Vamos a encontrar la forma de llegar hasta ti y pondremos fin a tu reinado de terror. Y el mundo volverá a estar a salvo.

Por primera vez Fálasar me contempló.

En su sonrisa había tanto dolor que sentí que algo se desgarraba en mi interior. Sus ojos brillaban y titilaban tanto como el mar.

—Si mi muerte pudiera cambiar el destino de este mundo, con gusto habría entregado mi vida hace siglos.

Durante un instante quedé congelado en el tiempo junto a aquel paisaje.

—No lo entiendo. ¿Por qué estoy aquí? ¿Y por qué me dices todo esto? Cómo puedes esperar que me crea algo así. ¿Te burlas de mí?

Fálasar dio media vuelta y empezó a caminar hacia la playa. No tuve más remedio que ir tras él.

Las Crónicas Del Fénix II: La Ascensión De FálasarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora