CAPÍTULO 27

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—No bajéis vuestros rostros ante mí, gente de Fávex. Sois el brazo de hierro de la humanidad, mis iguales. Si esta es mi bienvenida, entonces yo me arrodillo ante vosotros.

Peter hincó la rodilla en el suelo, agachando la cabeza con sutileza. Cuando se hubo levantado, todos se alzaron con él. Como un maestro de orquesta, dirigiendo con elegancia aquel infinito despliegue de instrumentos. Un poder absoluto, aunque modesto.

Me sorprendió reconocer el idioma de Ra'zhot en las palabras de mi amigo.

—El noble espíritu, las memorias y destrezas de todos los Bendecidos Ancianos viven en mí, al igual que yo viviré en los que me procederán. Iddina, Aelia, Sirrel, Myrleia, Lorrein y Tizqar. La bondad en sus corazones y la fe de la humanidad resultaron en la investidura de estos héroes. Y a través de estos ojos podréis ver reflejadas las almas de cada uno de ellos. Pero fueron el paso del tiempo, valerosas hazañas y la melancolía de tiempos pasados que enaltecieron el nombre de mis prístinos. Este es el presente y yo solo soy un joven de otro mundo. Dejad que mis actos dicten la leyenda. Además, tampoco estoy acostumbrado a tanta atención. Comparto vuestra emoción y la llama de esperanza que ha encendido mi despertar, pero necesitaré tiempo para comprender mi nueva condición. Y tranquilidad, pueblo de Fávex, también necesitaré tranquilidad.

No entendía nada. ¿Qué le había ocurrido a Peter? Aquella expresión me recordaba vagamente a él. Como un sueño difuso que no lograba rescatar. La melancólica sonrisa, la mirada perdida, la pose de sus hombros... ¿Dónde estaba Peter?

Buscaba desesperado cualquier gesto al que aferrarme, un indicio de que seguía siendo la persona con la que había crecido. Mi amigo de una vida. Pero ahora lo sentía más lejano que nunca. No dejaba de enfrentarle la mirada, esperando un mensaje de ella como solía ser. No encontré nada.

—Ildonil —susurré—. ¿Qué significa esto? Contéstame.

El mago me ignoró por completo.

—Tendremos en cuenta vuestro deseo, Peter de Monaxia. Seréis tratado acorde a las apariencias, si así os resulta más cómodo.

Él sonrió con una inclinación.

—Entonces recordad no atribuirme ningún título honorífico en vuestro discurso, noble hechicero. Soy un extranjero, no un señor.

La expresión que se dibujó en el rostro del anciano fue equivalente a retroceder un paso.

—Tienes razón, Peter. Supongo que podrás pasar por alto el desliz de un viejo choto como yo.

—Te quedan muchos rayos por esquivar, descuida.

Ildonil, hinchado ante tales palabras, se impuso con pose ceremoniosa sobre la multitud.

—Todos conocéis la situación. Y si los mensajeros se tropezaron con sus faldas por el camino, lo diré de nuevo. Esta luz demoníaca en la que está sumida toda la ciudad es la recta final del puente de Fálasar. Ahora mismo, cabalgando la luz, las fuerzas del Señor Rojo ya son visibles en el alto horizonte. Creemos que llegarán antes del amanecer. Así que debemos prepararnos para recibir en nuestro reino a los hijos del infierno. Monstruos como en los cuentos que os leían vuestras abuelas para dormir. ¿Pero doblegará eso a los terribles soldados de Fávex, entrenados en el arte de combatir las pesadillas? ¿Doblegará a los Jinetes que han luchado a nuestro lado? ¿Doblegará a la Anciana y al héroe de la nueva era? Pobres bestias faltas de razón. Vienen huyendo del infierno, tan solo para dar con nosotros.

—Sí —añadió Peter, con una sonrisa más humana, pero un tanto siniestra—. El hechicero ha hablado con sabiduría. Servirán de abono para una década entera.

Las Crónicas Del Fénix II: La Ascensión De FálasarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora