Aquella noche tuve un sueño.
No se trataba del oscilante velo del futuro ni de una pesadilla del pasado. Y aún así resultó más auténtico y revelador que cualquiera de esas cosas.
Me encontraba en un amplio prado; el verde se extendía hasta dónde alcanzaba la vista y el cielo vestía su más puro azul. Estaba descansando sobre la hierba, pero no me encontraba solo. Sentada delante de mí había una chica, tan cerca que podría tocarla. Estaba de espaldas y solo podía distinguir su cabellera plateada, que resaltaba como si desprendiera luz propia. No podía verle el rostro, pero tampoco hacía falta. Se trataba de aquella mil veces maldita, se trataba de Selitya.
No fui consciente del silencio hasta que este se vio perturbado. El cielo se llenó de ceniza rojiza, danzando y remontando las alturas, inmersa en un torbellino que no tardó en alcanzarnos. El verde y el azul fueron engullidos, mientras la tormenta se adueñaba de nuestra pequeña realidad y unas profundas carcajadas se unían al caos. Selitya se abrazó las rodillas con fuerza, agazapada e indefensa ante el destino que la reclamaba.
Me incliné hasta su oreja, dejando caer las manos sobre sus hombros.
—Solo es una maldición y las maldiciones pueden romperse. Lo sabes ¿verdad?
Seya asintió, pero su rostro seguía reflejando pena. Y yo podía sentirlo como hierro candente abrasándome por dentro. No podía hacer ni decir nada, porque nada ahuyentaría la tormenta. No había palabras que pudieran llevarse el dolor.
Así que la abracé.
Cubrí su espalda y encerré sus brazos entre los míos. Apoyé la cabeza sobre su hombro y juntos nos enfrentamos a la crueldad del mundo. Quería que aquel abrazo bastara para protegerla de cualquier mal.
Cuando desperté, todo se había ido. El prado y el cielo, Selitya y su maldición. Pero el dolor no. El hecho de saber que no podría seguir abrazándola seguía allí, tan palpable y confuso como la falta de una extremidad. Aquella sensación persistió mucho después de haberme despertado.
Estudié de un vistazo la habitación y recordé todo lo ocurrido durante el día anterior. Todavía con la impresión de aquel sueño grabada a fuego, conseguí sentarme y valorar mi estado. No tenía camisa alguna, pero sí tantos vendajes que casi cumplían la función de una prenda de vestir. Notaba varias molestias, pero nada que no pudiera ignorar, más teniendo en cuenta que una persona normal ya no estaría para contarlo.
Me froté el rostro, como si de esa forma pudiera dispersar todos los sentimientos que seguían atormentándome. Sentía como si hubiera vuelto a perderla, como si hubiera regresado tan solo para volver a marcharse de entre mis brazos. Me pasé las manos por la cabeza y me sorprendió el amasijo de mechones que tenía por cabello. ¿Cuánto hacía que no me cortaba el pelo?
Solté un suspiro.
Supongo que después de librarme del interrogatorio del monarca, discutir con los demás algo tan esencial como nuestro destino, y embarcarme en una misión de rescate... entonces podría preguntar por la peluquería más cercana.
Hice un esfuerzo por enderezarme y me vestí con la ropa que me habían dejado. La vasija no estaba por ninguna parte, pero tampoco esperaba encontrarla. Ildonil me había ayudado y parecía una persona decente, pero también parecía una persona de honor, y su lealtad recaía en Aldonor Velara. Estaba en una situación tan precaria que era casi estúpido preocuparse, porque no había forma de que todo saliera bien. Pero algo tenía por seguro; Julie estaba en peligro y yo sabía dónde encontrarla. Sin importar el desarrollo de los acontecimientos, ese debía ser mi primer objetivo a corto plazo. Era lo único real a lo que aferrarme. Puede que no conociera a aquella chica, pero eso no significaba que fuera a abandonarla a su suerte. Incluso si los demás encontraban la forma de perdonarme, yo no sería capaz de hacerlo.
ESTÁS LEYENDO
Las Crónicas Del Fénix II: La Ascensión De Fálasar
FantasySEGUNDA PARTE DE "LAS CRÓNICAS DEL FÉNIX" NO LEER SI NO SE HA LEÍDO LA PRIMERA PORQUE CORREIS EL RIESGO DE NO ENTERAROS DE UNA MIERDA :) Sinopsis: La agobiante experiencia que supone cruzar el portal a Ra'zhot no será sino el primero del cúmulo de i...