CAPÍTULO 8

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No había pensado en lo que implicaba que uno de los nuestros le hubiera jurado lealtad a Fálasar hasta el sueño de aquella noche.

Corría a través de un soleado prado, que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. No había más vegetación que una fina capa de hierba y el terreno era plano en toda su extensión. Era un lugar tan tranquilo y apartado, dotado de aquella ridícula perfección, que tenía ganas de gritar a los cuatro vientos solo para apreciar hasta donde sería capaz de llegar mi voz. El sol era un tenue disco que marcaba el compás del atardecer, cada vez más obvio.
Mientras lo contemplaba, tuve la sensación de que crecía por momentos, y aparté la mirada incrédulo.

De pronto, a lo lejos, vislumbré cinco siluetas. Por alguna razón, no conseguía distinguirlas, pues no eran más que sombras. Sin embargo, supe que eran mis amigos. Corrí hacia ellos, pero no conseguía avanzar y mis movimientos se volvían más lentos y torpes a cada paso que daba.

Entonces, una de aquellas sombras, un amigo, hizo un armónico movimiento con la mano y, al instante, sostenía un puñal tan nítido y real que podía diferenciar incluso los detalles de la empuñadura, pese a la distancia. Se deslizó por detrás de los demás y, uno a uno, los apuñaló en la espalda. Sus sombras se desvanecieron, quedando únicamente nosotros dos. Grité con todas mis fuerzas, pero el sol parecía absorber mis gritos, como si se trataran de rayos de luz fugitivos. La sombra se tensó, y en un fugaz gesto, me lanzó el puñal. Hasta que no quedó a unos centímetros de mi cara, no reaccioné. Lo agarré en el aire y lo apreté con rabia, pensando que estaba sosteniendo el arma ejecutora que había acabado con mis amigos.

Abrí los ojos sobresaltado, con el corazón agitado y maltratado, todavía con la sensación de estar empuñando la daga. Casi di un brinco al comprobar que estaba aferrado al brazo de Seya, que me miraba atónita. Retiré la mano en un brusco movimiento y comencé a balbucear unas disculpas, antes de preguntar qué había pasado.

—Iba a despertarte, pero... —negó con la cabeza—. Bueno, olvídalo. Tenemos que marcharnos. Amanecerá en menos de una hora.

Me levanté desorientado y algo confuso. Deduje que le había agarrado el brazo mientras dormía, cuando intentaba despertarme, y el pensamiento me hizo sentir algo incómodo. Era la segunda vez que Seya me sorprendía teniendo una pesadilla. Primero chamusco a mi padre y luego veo como un supuesto amigo apuñala por la espalda a los otros. Aquello casi me hacía echar de menos los sueños que tuve mientras iba a lomos del gorila lagarto. Casi.

Pero, aún sabiendo que no era más que una pesadilla, no conseguía quitarme de la cabeza lo que realmente significaba. Uno de ellos, al parecer, le había jurado lealtad al Señor Rojo. Tan solo el vestigio de aquella idea me causaba escalofríos. No podía ser verdad. Fálasar podría haber mentido, tratar de engañarme para jurar mis servicios de forma voluntaria. A lo mejor por eso mismo me había dejado marchar. A lo mejor el juramento solo era válido si lo hacía por voluntad propia. Fuera como fuese, la cuestión era que no podía ignorar el miedo que me producía pensar que uno de ellos hubiera sido engañado para aceptar a Fálasar. Porque, sí, estaba convencido de que, en el hipotético caso de que fuese cierto, tan solo mediante la cobarde astucia podría haberlo conseguido. Conocía lo suficiente a todos ellos para saber que no se doblegarían ante nadie, y menos ante un ser que irradia tanta maldad.

Un pequeño rugido en mi estómago me apartó de aquellas reflexiones.

—¿Comemos algo antes de salir?

—Buscaremos alguna posada en Selitya —murmuró ella, deslizando los dedos por su brazo derecho.

No fue hasta entonces que reparé en que se había cambiado de ropa.
Llevaba unos pantalones de cuero negro con unos pocos bolsillos en los laterales, hasta la altura de los tobillos; lo que me llevó a fijarme en sus botas azabache. También llevaba una camisa de tirantes blanca, por debajo de una sofisticada chaqueta de cuero que combinaba a la perfección con los pantalones y las botas. Y en aquel instante me di cuenta de dos cosas.

Las Crónicas Del Fénix II: La Ascensión De FálasarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora