Prólogo | Mil almas

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Dole, Francia

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Dole, Francia.

31 de Octubre de 1572.

Cierro la puerta detrás de mí para recibir con gracia el frío invernal que la noche y la oscuridad me propician, cargando sobre mi espalda mi saco y arma, descuelgo una antorcha para que me proteja de los animales que podrían acercarse, para dirigirme por el fino camino entre los árboles hasta el encuentro con mi amigo.

Esta, como todas las noches desde que dejamos la ciudad atrás, nos dedicamos a la caza, nunca fuimos aceptados dentro de la comunidad francesa así que decidí construir mi hogar fuera de ella, junto a mi esposa y mi querido amigo no quiso dejarnos solos.

Sumido en mis pensamientos llego más temprano de lo habitual hasta su casa que no se encontraba tan lejos de la mía, golpeo dos veces la puerta dejando descansar uno de mis pies sobre un banco hecho de tronco que ambos construimos una vez, un lindo adorno exterior que a la vez es funcional.

Escucho voces en el interior de esta y ruedo los ojos poniéndolos en blanco, decido alejarme un poco de la entrada para ver a mi alrededor y concentrarme en alguna otra cosa que no sean los gemidos de la mujer, alzo la vista para ver la luna en su punto más alto iluminando todo a su paso.

—Dudo que puedas cazar algo con eso. —Dice al salir dejando la puerta medio abierta.

Lo enfrento y me acerco hasta su lado para dejar la antorcha sobre del soporte de la entrada, sonrío cuando veo un poco de tela sobre la mesa de la sala y este al verme, cierra la puerta para seguir caminando sin dirigirme la palabra. Desenvuelvo mi arma y la preparo cuando la idea de que esté con una mujer llega a mi mente, una carcajada sale por mi garganta y lo alcanzo golpeando su espalda.

—¿Cuándo me la presentaras? —Este me mira levantando una ceja.

—No creo que dure más, es de la ciudad. —Finaliza mientras levanta su ballesta y yo lo detengo con la punta de mi mosquete.

—¿Entonces que hace aquí? Si tanto te gusta juglar, ¿por qué no te quedas allí?—Sonreí cuando no contestó—. Ya veo, dirás que el bosque a estas horas es peligroso.

—Siempre lo es.

—No para nosotros, tenemos que comer. Además, tenemos pistolas, así que andando.

Nos adentramos entre los gruesos árboles siguiendo el camino que la luz natural nos regala y el sonido del torrente de agua que utilizamos siempre para indicar nuestra ruta llega a mis oídos. Decidimos separarnos, pero no demasiado ya que en esta época del año los nobles se acercan a estas áreas a cazar como nosotros. Escucho a lo lejos las flechas de mi amigo impactar con el inaudible quejido de unas cuantas aves, mientras que otras salen volando por los aires.

El crujido de una rama partiéndose a la mitad de hace dar media vuelta y levantar mi arma, apuntando a la nada misma que la oscuridad verdosa intentaba camuflar. Doy un par de pasos hacia delante mientras mi visión se extiende más por todo el bosque. Hay movimiento así que levanto más el arma hasta donde se encontraba mi presa desprevenida, paciente y tranquila, después de llenar mis pulmones de aire, lentamente me deshago del oxígeno que inflo mi pecho.

| ATRACCIÓN ETÉREA | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora