32 | Ultimatum enemies

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Valentina

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Valentina

Abro los ojos viendo como Sebastian se marcha de la habitación, una vez sola miro alrededor y camino hasta el estante que contiene un espejo ovalado muy hermoso, parece antiguo por los tonos dorados, hay libros entre otras cosas, en otro hay perfumes y ropa, al parecer no es tan ordenado como se ve por fuera. Me siento en la cama, pero la incomodidad por estar en un lugar desconocido me pone la piel de gallina, la única persona -o lobo- que siento y se que podrá protegerme, es Sebastian y se ha ido. 

Me pongo de pie y camino hasta la puerta, la abro un poco viendo la luz natural que atraviesa por el pasillo vacío y salgo de la habitación, camino rápido en la dirección por donde vinimos intentando que nadie me viera ya que no sabría como reaccionar, escucho murmuro y me detengo al oír mi nombre en a voz de una mujer a la lejanía, retrocedo para acercarme a una de las puertas cerradas para escuchar más.

—Cómo se supone que deba reaccionar, él me dejó y ahora aparece de la nada, tomado de la mano de esa... humana que huele espantoso.

—Tranquila Elizabeth, sabes que Sebastian suele molestar con esas cosas.

—No, esto es en serio, discutimos por esto y él me abandonó, sabes... Comencé a tener sentimientos por él y es muy difícil no pensar que ahora está con ella —miro hacia ambos lados cerciorándome de que nadie me esté viendo—, la odio.

—Pero no la conoces, quizá es buena.

—No me importa, Catelyn, todas las humanas son iguales, sino toma de ejemplo a la perra de Larissa con Haider, si fuera por mi, ambas humanas estarían muerta.

—Sabes que Larissa es una cazadora.

—No es cierto y lo sabes, sabes muy bien como todos nosotros que lleva la mitad de la sangre de un cazador, por eso no le funcionó el lux.

Me aparto de la puerta formulando en mi cabeza preguntas sin respuestas, Larissa los conoce a todos y ellos saben más de ella que yo misma. Esto me genera dolor de cabeza así que decido seguir caminando, pensando en que hubiera sido mejor quedarme en la habitación, pero una de las puertas se abre dejando a la vista al chico que jugó a comerme hace un rato. Me apresuro en bajar las escaleras y me escondo detrás de un sillón.

—¡Que olor! —dice bajando las escaleras, al parecer no se dió cuenta, pero si presiente mi aroma como tanto dice la tal Elizabeth, este llega al suelo y camina sin mirar en mi dirección hasta que se pierde por un umbral, me pongo de pie y salgo al patio, adorando de nuevo la estatua que vi antes y rodeándola hasta llegar al otro lado, adentrándome en otra sala.

Escucho más voces y voy tras ellas, no se en donde me encuentro, esta mansión es muy grande y en los pasillos es facil perderte, pero algo que no puedo controlar me indica por donde ir, como si de mi pecho llegaran señales y el camino se dibujara solo, como una esencia de anhelo por encontrar lo que busco. Entro a una habitación empujando la puerta de madera y me adentro en ella, la cierro y solo hay un escritorio en frente, es como un despacho pequeño, con más libros y una luz colgando del techo, la voz en mi interior se hace más grave y doy unos pasos hasta llegar a un cortina roja y gruesa, la muevo un poco y al abrirla lentamente puedo ver a Sebastian hablando con su madre. 

| ATRACCIÓN ETÉREA | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora