...MI VERDADERO ORIGEN
Cuando mi esposa vio la foto familiar no hizo ningún comentario. Me pareció raro porque ella siempre tiene una opinión de todo. Algo que me engatusó desde que la conocí; no importaba cuál fuera el tema, Elian siempre opinaba apropiadamente al respecto. Por eso, cuando vio la foto de todos nosotros, la pandilla Rafael, aparte de verla por demasiado tiempo, no emitió ningún sonido. Dejó la fotografía a un lado, tomó su copa de tinto y me preguntó el porqué del distanciamiento con mi familia.
No supe qué contestar.
Era la primera vez que asomaba a ese umbral. Tenemos dos años de casados y nunca hemos hablado de nuestras familias. Identificados tácitamente con las mismas situaciones incómodas vividas con ellas, era como el paso natural casarnos intempestivamente sin aludir a las razones por las que no deseábamos tenerlos cerca en tan ingente decisión.Ahora, una desazón recorría mi cuerpo por la pregunta tan súbita y directa de Elian.
Papá me salva de darle una respuesta cuando aparece con una bandeja de copas; mi madre viene detrás con una gran sonrisa. Me mira y sé que dentro de ese corazón hay cariño para mí pero, por algún motivo, no lo siento. Papá saluda a Elian con dos besos; mi madre la abraza un poco más de lo que dicta la norma; Elian me mira sorprendida.
Elian siempre pensó, sin motivo, que no sería bien recibida por ellos.
Sin entrar en detalles, esa invitación que hoy aceptábamos se había pospuesto por muchas razones insustanciales. Pero no contábamos con la testarudez de mi padre.
La cena fue animada. Los temas variados. Nada peliagudo. Todo llevado sutilmente. Cuando paso un ángel, mi madre nos pidió que pasáramos a tomar el café al salón. Nosotros habíamos llevado el postre: profiteroles. Elian solo podía imaginar cuántos puntos había ganado. Papá era un fanático de los postres italianos.
Ya más distendidos, papá sacó a relucir el motivo de nuestra reunión. Caminó hacia su escritorio y sacó unos papeles que me pidió que leyera. Como mi sorpresa era obvia, y para quitarle hierro al asunto, me dijo que en lo legal, él era un lelo y que necesitaba mi opinión. De un vistazo me di cuenta de que se trataba de su testamento. Me legaba todo sus activos a excepción de la casa donde actualmente vivían ellos que sería de mi madre hasta que ella falleciera y luego pasaría a ser mía. Miré a Elian que me observaba y me preguntaba con la mirada de qué se trataba. No hallé palabras telepáticas para explicarle así que le pedí a papá que habláramos a solas.
Pero mi madre nos detuvo.
"Cariño, no es necesario que salgan. Quiero estar presente cuando hablen. Y creo que Elian también tiene derecho a escuchar lo que se diga hoy", dijo mi madre solemnemente. "Es más, quiero ser yo la que le diga a Seb la razón de tu decisión", concluyó mi madre, mirando a papá con una ternura que yo nunca imaginé que sintiera por alguien. Me sentía expuesto, cohibido. No quería seguir allí pero al ver a Elian supe que irnos no era una opción. Nos volvimos a acomodar todos en el salón y mi madre tomó la palabra.
"Tu padre ha decidido dejarte todo a ti, Seb, y yo estoy de acuerdo". Cuando iba a interrumpirla, mi madre alzo la mano en señal de que esperara a que terminara. Me callé luchando contra la necesidad imperiosa de salir de esa casa y no volver jamás. Era la misma sensación que experimenté a lo largo de mi vida con ellos y por la que, cuando por fin me fui, no quise volver a tenerlos en mi vida. Ahora temía que lo que fuera a decir mi madre rompiera irremediablemente el hilo fino que me había jalado esa noche hacia el hogar de mi niñez y mi adolescencia.
"Cuando nos casamos, tu padre era enviudo y tenía un bebé que cuidar. Ese bebé eras tú". Siempre directa, fría y calculadora. Tal como la recordaba. Pero lo que acababa de decir me caló momentos después. Me di cuenta que todos me veían esperando mi reacción. Me la quedé mirando hasta que la incomodé y se sentó a lado de papá.
"¿Me estás diciendo que tú no eres mi verdadera madre?, oí decir, sin darme cuenta que era yo quien hablaba.
"Seb", dijo papá. "Escucha a tu madre y luego contestaremos lo mejor que podamos todo lo que quieras saber". Ahora papá se veía cansado. Parecía estar a punto de liberarse de algo que lo oprimía pero parecía no estar seguro de que al hacerlo se sentiría mejor.
"Catalina, tu madre, era mi mejor amiga..." continuó mi madre. Se detuvo dudando si seguir o dejarle el resto a papá, pero al verlo tan vulnerable continuó. "En una de las fiestas de la universidad, tu madre... fue violada. Tu padre y ella, que en ese entonces ya eran pareja, le pidió que tuviera al bebé. Lamentablemente, ella murió después del parto". Me sentía fuera de mí, un vacío enorme me estaba tragando y yo no me resistía. Sentí la mano de Elian apretando la mía y al mirarla me devolvió a una realidad que no quería conocer pero que ya había empezado a rodar por mis venas, como a un recién nacido. En ese momento papá intervino.
"Quiero que sepas, Seb, que siempre te hemos amado. Que tu madre te amó desde que fuiste concebido y ambos nos propusimos darte lo mejor de nosotros". Lo miré como que fuera la primera vez que lo veía: incrédulo y pidiendo dentro de mí que todo fuera una broma de mal gusto.
"¿Me estás diciendo que tú tampoco eres mi verdadero padre?", pregunté con un nudo que me estrujaba al hablar.Son las dos de la mañana y sigo despierto. A mi lado Elian duerme. Trato de recordar lo que ocurrió esa noche, escena por escena, pero todo parece surrealista. Elian tampoco supo concretarlo, o no quiso hacerlo más pesado para mí. Pero viendo el techo, voy recordando: rompí el testamento frente a ellos, salí de la casa seguido por Elian que me alcanzó, se colgó de mi brazo y poco a poco me hizo ralentizar mi paso, mi respiración, los latidos de mi corazón.
Sigo viendo el techo y, como si todo hubiera estado escrito en él, encuentro las razones por las que siempre me sentí ajeno en la casa que llamaba mi hogar; lejanos a los que llamaba padres. Me repito a mí mismo que siempre estuve en lo cierto. Que mis luchas interiores, que en su momento no comprendí, tenían razón de ser. Que Catalina, mi verdadera madre, había sido la única que de verdad me había amado... y seguía amándome desde su tumba. Una tumba que me disponía visitar por el resto de mi vida para reencontrar ese amor que nunca sentí tener en aquella casa y con aquellas personas.