Cuánto se había cuidado toda la vida. Su aspecto lozano fue siempre la envidia de sus contemporáneos quienes solían hablar de sus achaques todo el tiempo sin que él pudiera participar so pena de sentirse culpable.
Todos habían crecido en ese barrio, se habían casado, sus hijos habían partido y ellos permanecieron en donde las raíces se habían esparcido. No había mejor lugar para vivir, ni compañía más placentera que la de sus amigos de siempre. Pero ahora, todos habían muerto en el último bombardeo.
Él había ayudado a los rescatistas quienes, atónitos, veían cómo su fuerza interior que -junto con su fuerza física- hacía que tanto su agilidad como su fortaleza minimizara los esfuerzos de ellos mismos.
El hombre se pregunta si llegar a esa edad había valido la pena, ya sin nada más que los escombros de sus recuerdos, entre la locura de la guerra, la música es el único sonido de cordura a su alrededor al que quiere aferrarse.
Los ojos le escuecen.
Sus amigos ya no están.
Mientras el polvo se asienta los acordes de la música se elevan junto con sus plegarias y el cigarrillo se consume...