Desde la ventana ve a los niños y a sus padres divertirse con el espectáculo.
Por más que se dice que todo estará bien, ese bienestar no lo siente su cuerpo.
La pesadilla la ha despertado y, sudorosa, se arrastra hasta el baño para quitársela de encima con agua, pero no funciona. La sensación de estar ahogándose en un pozo negro está adherida a su mente como una ventosa.
Oye que llaman a la puerta y el chasquido al abrirse.
Ahí está su marido, viéndola con cara de lástima. Eso le da un toque eléctrico que la espabila. Le devuelve una mirada fulminante que hace que él se retracte y, en vez de seguir mirándola le pregunta: ¿vas a bajar? Ella asiente con la cabeza y en ese momento parece que le va a estallar por el movimiento.
Él sale y ella se alista.
Lo menos que puede hacer es un acto de presencia para dar gracias a los invitados por llegar. Pero al llegar al rellano de las escaleras mira cómo su marido va despidiendo a los invitados dando las gracias y justificando la ausencia de su esposa con un "la jaqueca no le ha dado tregua" mientras los invitados sonríen comprensivos.Al cerrarse la puerta, él la mira de pie en lo alto de la escalera y mueve la cabeza con desilusión.
Su hijo le sonríe y sale disparado hacia el jardín a jugar con los juguetes que ha recibido.
En el jardín, el muñeco está abandonado, inánime, y la mujer piensa que es así como ella se siente desde que su marido le ha dado los papeles del divorcio.