(Teléfono/supo que no iba a voler)
El frío de la noche la hizo retroceder varios pasos hacia la puerta de que la salía.
Su blazer azul marino no estaba a la altura del viento glacial que azotaba a los arbustos y a ella esa noche.
Pero el frenesí de la huida no consideró el clima, desde luego. Así que, después de unos metros recorridos empezó a moquear y tiritar, aunque bajo su escasa ropa el sudor provocado por la idea de estar libre la impulsara a correr olvidándose del clima.
Correr sin rumbo, pues lo primero que detectó fue que todo su entorno le era desconocido. Así que corrió lo más deprisa que pudo hasta que encontró una estación de gasolina. La tienda de conveniencia estaba iluminada pero cuando entró no halló al dependiente.
El calor de la calefacción le ayudó a pensar más claramente lo que haría a continuación. Pero primero debía llamar a su padre. Un teléfono. Dónde conseguía un teléfono en estos tiempos de celulares, era algo de lo que se percató en ese momento.
"Hola", llamó tímidamente. Luego más fuerte. Pero nadie acudió.
Empezó a escanear el lugar y eso le abrió el apetito. ¿Cuánto tiempo llevaba sin probar bocado? Vio los chocolates y como autómata abrió los paquetes que devoró, mientras insistía en llamar al empleado de turno. Se acercó a la caja y vio el cuadrado celular de tiempos de matusalén, aquellos que hoy en día ocuparían la mitad del bolso, o desajustarían el porte de un saco. Lo agarró y cuando iba a llamar reconoció que desconocía el número de celular de su padre. Maldita tecnología que merma la memoria. Se quedó viendo los números tan accesibles y lejanos a la vez.
"Deje ese teléfono, señora" le dijo el hombre que le apuntaba con una escopeta, claro, no podía desentonar con el celular. Ella lo puso en el mostrador y extendió las palmas hacia él en son de paz. Era un hombre mayor, como todo lo que usaba y llevaba puesto. Pero la agilidad que mostró al recuperar su preciado celular, le indicó a la mujer que su edad era aparente.
"Solo necesito hacer una llamada urgente", le dijo al hombre. Él la miró e hizo una llamada sin dejar de apuntarle con su arma. "Ella está aquí ", dijo escuetamente. "No, por favor, necesito llamar a alguien para que venga a recogerme", suplicó al hombre. Sintió un mareo que le llevó a tocarse la sien. La tenia húmeda. Se vio la mano y descubrió que era sangre. En ese momento se percató de que lo que llevaba puesto debajo del blazer era un camisón de hospital. Los recuerdos se agolparon tan súbitamente que a punto estuvo de caer. Se agarró del mostrador y suplicó nuevamente al viejo que le permitiera hacer la llamada. Cuando le iba a contestar, ella vio la intermitente luz roja reflejaba en el rostro de él. Se volvió y vio cómo los camilleros caminaban apresurados hacia ella.
Entonces supo que no iba a volver a ver a su familia.
O ¿eran ellos quienes la habían recluido en aquel lugar del que había huido?