Hay sobre el piso de cemento un cuerpo silueteado en yeso que ha dejado la policía como recordatorio del crimen de la noche anterior. Tiene forma de ángel, casi deleita la vista, si no fuera porque, luego de escuchar los comentarios de los mirones, me entero de los detalles. Sí, tiene forma de ángel porque lo han desmembrado. Es el segundo asesinato en lo que va del mes y no parece que la policía tenga pistas del autor o autores. Empiezo a pensar que una sola persona no es capaz de hacer ese trabajo, pero claro, si se tienen todos los instrumentos hasta una artrítica lo lograría.
No me gusta divagar en ese tema porque me doy cuerda en exceso y tiendo o a maximizar el asunto, o a amargarme con los detalles de mi cosecha que me llevan a pensar que el autor saldrá indemne de su crimen. Aunque si lo pienso bien, no creo que lo encuentren, más bien encontrarán un chivo expiatorio, porque no hay que olvidar que estamos en año de elecciones y se necesita una muestra impactante de eficacia policial para ganar una buena tanda de votos.
Sí, ya me estoy poniendo cínico.
Por eso me paro en seco y me pongo a hacer mi trabajo.
Estoy sumergido en un logo de nuestro nuevo cliente: un partido político.
Confieso que cuando me asignaron como jefe de proyecto me sentí eufórico. Muy poco me duró cuando me di cuenta de que no podría ser imparcial. Sencillamente no lograba aislar mis opiniones políticas tan arraigadas a fuerza de desilusiones para poner todo mi talento en agradar a un grupúsculo de lo más avaricioso.
Y es que cuando nos reunimos con ellos, por fin ("estamos muy ocupados para hablar de algo tan obvio", nos habían dicho. Sí, claro, pensé. Todos sabemos qué es ser político), resulta que no me desilusionaron. Eran la copia exacta de lo que nos ha dirigido por décadas. Por supuesto, eso me lo guardé y, fui todo diplomacia y comprensión.
No sé qué sea mejor, pensar en el crimen del Ángel -así lo he titulado ahora que es parte de mis reflexiones matinales- o ponerme creativo en la máxima expresión y lograr el logo que no identifique plenamente a las personas que están detrás -de lo contrario no estarán satisfechos ni nos pagarán-, y lograr algo holigudesco que estoy seguro es lo que buscan. ¿No es acaso Hollywood el paradigma del éxito?
Recibo una llamada de el asesor de imagen del Secretario General del susodicho partido. Me pregunta cómo va la cosa. Va, le contesto. Me desquicia tener que lidiar con gente que solo está en un puesto para ser el mandadero del que le paga sin que tenga la menor idea de lo que conlleva dicho puesto.
Me pregunta si podemos reunirnos para ver en qué puede ayudar para acelerar el trabajo. Me quedo mudo. Es que de verdad no sé qué decirle a este inepto con título de ineptitud.
Aló, dice, porque no digo nada.
Qué le parece si nos conectamos por zoom a las once, le pregunto, sabiendo que entre sus habilidades está la ignorancia en la tecnología. Le recuerdo que no podemos reunirnos físicamente por lo del COVID, sintiendo un poco de pena ajena. Ah!, sí. Bueno, como guste, me dice.
Así me lo sacudo de encima para darme tiempo de hacerle un boceto de lo más simple, porque lo más importante en esas reuniones es la casaca.
Oigo a mis espaldas que alguien comenta que han identificado al Ángel.
Aguzo el oído. Es el chico que lavaba nuestros carros en el parqueo. No entiendo qué pudo ocurrir para que terminara así esa vida. Lo recuerdo del viernes pasado cuando bromeando hicimos el paso de despedirnos con ambos codos, uno a la vez. Era una persona que, en cuanto bajábamos del carro, se iba platicando de todo un poco hasta que cruzábamos la puerta del parqueo.
Nuevamente me pregunto a quién van a culpar por ese crimen. Estoy seguro que su único pecado habrá sido estar más conforme con su vida que muchos de nosotros. Pero de ahí a asesinarlo con tal saña...
Me doy cuenta que nunca le pregunté su nombre. Todos le llamábamos mirá vos. Siento que he sido parte de su muerte. Que me conformé con que me dejara limpio el carro y no me hiciera cara de cansado cuando yo salía del trabajo, porque si alguien lo estaba ese era yo. Cómo iba a estar él cansado si se la pasaba lavando y riéndose con todo el mundo. Ayudando a las mujeres que le pedían una mano para llevar o traer algo a su vehículo. O corría tras de alguien cuando había dejado las ventanas abiertas; o como aquella vez, que yo dejé mis llaves dentro, y él me lo cuidó como si fuera suyo.
Sí, me siento parte de su muerte, porque pasará a ser un número de estadísticas, sin nombre ni apellido.
Si a mí nunca me importó, ¿cómo le va a importar al Estado?
Al llegar a esta conclusión ruego a los dioses que le abran las puertas del paraíso a este Ángel porque les va a alegrar el rato para largo...