Es la propietaria del apartamento de al lado llamando insistentemente al timbre de mi vecino que no abre la que me saca de un sueño, allá por Holanda donde los molinos se ven tanto como aquí los zopilotes en un basurero.
Son las dos de la mañana y no imagino qué zopilote, ya que me acuerdo del sueño, ha sacado a la propietaria de la cama para interrumpir la noche de todo el condo.
Me asomo a la puerta y le pregunto qué pasa. La han llamado para que compruebe si su inquilino está bien porque sus familiares no han sabido de él desde hace 15 días. La han azuzado tanto que le ha entrado también la inquietud.
A esta hora, a cualquiera, pienso.
Trae las llaves pero no se anima a entrar.
Ya por miedo, ya por sorprender al hombre en situación bochornosa.
Aunque yo pienso que después del relajo del timbre, éste tiene que estar despierto o despierto.
Decido entrar con ella.
Todo está más oscuro que el negro. Las cortinas están corridas. El ambiente está enturbiado por un olor indefinido. ¡Matías!, grita.
Y me mete un susto del demonio.
Para evitar más escándalos prendo la luz pero no enciende. Como he llevado el celular enciendo su luz. Veo que no hay bombillas en las lámparas del techo. Pruebo con la de la mesa de la sala y sí funciona. Es muy potente porque nos permite ver toda la estancia.
Solo hay un sofá y la mesa con la lampara salvavidas. El comedor consta de la isla de la cocina y dos sillas.
Doña Gertru, que así se llama la propietaria, va directo al dormitorio que está vacío. La cama sin hacer y huele a cerrado o a podrido. Yo reviso la otra habitación convertida en cachivachero.
Al regresar a la sala/comedor/cocina vemos que hay un hombre sentado con la espalda recostada en la isla, frente a la estufa.
Luego del primer impacto, me acerco y lo examino. Está muy muerto. El livor mortis está presente.
Me vuelvo a doña Gertru que tiene los ojos abiertos como búho. No es él, me dice. No es el inquilino que ella conoce. Llamo a la policía, pero los bomberos llegan primero. Les contamos lo sucedido y constatan que, efectivamente, el hombre está muerto (brujos).
Esperamos más de media hora a que la policía haga acto de presencia. Por fin aparecen dos radio patrullas.
Con la parsimonia que los caracteriza, no por su perspicacia, sino más bien por todo lo contrario. Dicen:el hombre está muerto, fíjense (me doy la razón por pensar así de ellos),luego de hablar con los bomberos e inspeccionar el apartamento.
Doña Gertru les cuenta lo que sabe y yo digo que estoy ahí para acompañarla.
Uno de ellos le muestran al que parece el jefe el pasaporte que ha encontrado en el pantalón del muerto. El hombre se llama Raúl Grimel. Hondureño. 45 años. Soltero. Tiene visado de entrada de hace tres días.
Pero el inquilino llamado Matías sigue sin aparecer.
Al día siguiente, me entero que el difunto murió de paro cardíaco.
Doña Gertru me pide que la acompañe de nuevo al apartamento porque siente algo de miedo. No le pregunto a qué, salvo que crea en los fantasmas, pero accedo a acompañarla. Tengo curiosidad.
Le ayudo a juntar las cosas que hay sin estar seguros de si pertenecen al difunto o a Matías. Me quedo vaciando la cocina. En el gabinete superior, el menos accesible, encuentro una bolsa llena de mariguana. No tengo ni idea de cuánto es eso en especies ni en dinero y dudo qué hacer con ella. Doña Gertru no me ha visto encontrarla porque está en la habitación recogiendo todo y poniéndolo en bolsas negras.
Sigo dudando cuando un celular suena como si se tratara de una ambulancia en pleno tráfico pidiendo vía y nos da un susto de muerte.
Doña Gertru sale corriendo de la habitación y se reúne conmigo que estoy buscando cómo un sabueso de dónde proviene el estridente tono. Me agacho y lo encuentro pegado en la parte inferior de la mesa de la lámpara.
No aparece ningún nombre solo el numero que, desde luego, no nos dice nada.
Doña Gertru me insta a contestar. Renuente pero deseoso de cortar el ruido, lo hago. ¿Aló?. Silencio. Yo tampoco digo nada. Segundos largos como la arena que cae sin interrupción en un reloj de arena. Oigo un suspiro profundo y una garganta que se aclara, como de aquellos fumadores que necesitan un cigarrillo más para aclararla. Le encargo que deje la bolsa donde la encontró y dejen sin llave cuando salgan. No vuelvan hasta mañana, dice por fin la voz de fumador. Como doña Gertru no sabe nada de la bolsa le digo lo que un hombre me ha pedido. Doña Gertru empieza a temblar. Asumo que es de miedo, aunque no sé qué se lo inspira. Le sugiero que dejemos para pasado mañana limpiar el lugar y no nos metamos en los asuntos de su inquilino. Pero si ese hombre no era Matías, me dice al borde de las lágrimas. La consuelo y salimos.
Ella para su apartamento, un nivel abajo y yo al mío, contiguo al de Matías.
Lo confieso: me he pasado todo el día pegado a la puerta y ojeando por la ventana.
Doña Gertru aparece al siguiente día y me pregunta qué hacemos. Me alaga que me incluya en su problema, pero, no gracias.
Le digo que si quiere probamos por la tarde para dar más tiempo... (no sé a qué pero ella entiende. O, eso creo).
A las tres estamos frente a la puerta que ha unido nuestros destinos.
Al introducir las llaves que doña Gertru tiene la puerta se abre y ella emite un gritillo. Yo la miro a ella y ella me mira a mí y lo señala a él.
Matías tiene cara de signo de interrogación.
Me presento y nos pasa adelante.
Como doña Gertru aún no puede hablar, le pido a Matías que le dé un vaso de agua. Nadie dice nada hasta que doña Gertru se lo termina. Pero parece que en lugar de agua ha bebido un vaso de aire, porque cuando da el último sorbo, emite un gran suspiro.
Tomo la palabra porque quiero saber ya qué está pasando en esta novela.
Le cuento a Matías lo sucedido.
Él, me dice sorprendido, que ha estado de viaje y que ha vuelto hoy a medio día. Que no conoce a ese Raúl nosécuántos y que la policía no se ha comunicado con él. No ha encontrado nada raro en su apartamento y todas sus cosas están dónde las dejó.
Nos vamos cuando no podemos demostrar lo que ocurrió.
Yo con la incertidumbre, doña Gertru aliviada de que su inquilino sigue vivo y le seguirá pagando la renta puntualmente.
Antes de cerrar la puerta le pregunto: Matías, ¿puede decirme adónde fue de viaje? A Honduras, me dice...
Entonces, comprendo lo sucedido.
El fiscal del MP no se presentó. Los policías se fueron sin tomar nota de lo les que dijimos. Los "bomberos" se llevaron el cadaver como si fuera un paciente.
Esto me huele a que todos eran comparsas del mismo cártel...