El chaparrón de la noche había borrado toda pista que nos ayudara a encontrar a Milord.
Nos hemos dado cuenta de su ausencia al despertamos por la luz del día que inundaba el interior de la choza que armamos en ese claro del bosque. Es Milord quien nos despierta cada mañana para que lo saquemos a aliviarse. Por eso, lo primero que descubrimos al despertarnos era que había desaparecido y no sabíamos desde qué hora.La noche anterior había sido muy ajetreada entre los vinitos, la música y los caminantes con quienes compartimos comida y bebida y que, según recuerdo, se marcharon cuando empezó la lluvia. "Nos encanta caminar bajo la lluvia", habían dicho con una gran sonrisa antes de ser engullida por ella. Nosotros, ni lerdos ni perezosos, nos metimos a la choza y asumimos que Milord ya estaba durmiendo en un rincón que él mismo se había hecho con sus mantitas. Había estado jugueteando con ellos y lo vimos entrar en la choza en algún momento antes de que diluviara.
Ahora, mi marido y yo gritábamos su nombre, pero Milord no dio indicios de estar ni cerca ni vivo.
El lugar paradisíaco nos era totalmente desconocido por lo que no descartamos que él estuviera tan perdido como nosotros ahora que la lluvia de la noche se había llevado todo prueba de nuestra estadía. Quizás él estaba en nuestra búsqueda igual que nosotros, pero nos íbamos alejando como polos opuestos.
Decidimos descansar y comer algo. Empezamos a sentir los efectos del ayuno matinal y el medio día nos había deshidratado. A lo lejos escuchamos unos relinchos. Dejamos para luego la recarga y decidimos localizarlos.
Y ahí lo teníamos.
Milord haciendo amigos como siempre, sin pensar en la angustia de sus padres adoptivos que lo adorábamos