(Descripción del personaje: abogado)
El vaho de alcohol me llegó como un torpedo. Agrio y apestoso. Casi inmediatamente volteé la cara para evitar las arcadas que me provocó. Respire varias veces con la boca abierta y volví a ver al sujeto que tanto revuelo levantaba en los pasillos del juzgado.
El traje de línea diplomática, con corbata de seda azul, la camisa prístina y unos zapatos Cole Haan no disimulaban su aspecto trasnochado con tinte etílico. Pero, debo de admitir, no lograba adivinar cómo hacía para mantener la figura atlética. Aunque su cabello hirsuto desentonaba su look laboral, tengo que tragarme que el muy jodido dejaba una estela de bocas abiertas dentro del gremio de las secretarias.
En su rostro aplastado, sobresalía la respingada barbilla de la nariz de boxeador noqueado en el último round, a base de aguantar o por suerte y no por ser un buen púgil; la barba de dos días siempre le salvaba de verse como tal.
Pero eran sus ojos los que más seducían a sus clientes.
Eran oscuros como un pozo. Brillantes y retadores, a la vez que contrastaban con la dulzura de su voz.
Los que lo encaraban, salían perdiendo al sentirse desconcertados por el reto de esos ojos y la condescendencia que salía de su boca. No está de más decir que yo mismo fue víctima de ese embrujo que me condujo a pagarle unos honorarios desorbitados por un servicio que al final no obtuve.
Y pensarán que debí haberlo demandado.
Pero les recuerdo que no solo yo, el eterno desconfiado, caí en sus juegos.
Jueces y fiscales también, de tal manera que los casos que él llevaba eran presagio de éxito en los tribunales, por lo que ambas partes preferían llegar a un acuerdo, que siempre favorecía con creces al imputado, en detrimento de la víctima.