EL TREN SE DETUVO EN UNA ESTACIÓN...

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FRÍA  Y SILENCIOSA

El día no empezaba aún pero parecía que estaba por terminar. El cielo abigarrado no permitía imaginar si era de mañana o tarde.
El ruido del tren se desvaneció como niebla después de haberme apeado en la estación donde nadie me esperaba más que las bancas vacías, las columnas cansadas y la oficina impertérrita.
Hacía mucho que no venía pero ahora entendía que no solo yo dejé de visitar a mi familia. Parecía que familias enteras se habían mudado lejos de este inerte lugar donde nada parecía cambiar y donde la vida había desaparecido. 
Caminé por la única ruta que llevaba al pueblo tan concurrida según mi memoria infantil pero ahora desolada como una extensión de la estación que iba quedando a mi espalda.
Ni los pájaros trinaban ni las hojas de los arboles respiraban. Todo en una constante inmovilidad glacial.
Un ínfimo ruido me detuvo.
Pareció rebotar en las piedras y los arboles que enmarcaban el camino.
Giré lentamente buscando su origen hasta que mis ojos se posaron en la pequeña silueta de pie en el andén de la estación. Estaba segura de que no había nadie cuando la había dejado. Ahora, no sólo dudaba de lo que veía sino también de mi certera soledad.
Volví sobre mis pasos sin quitar la vista de la figura que se iba aclarando conforme me acercaba a ella.
Parecía una niña.
Pero como si de un cervatillo asustado se tratara, la pequeña forma salió corriendo hasta desaparecer a la vuelta de la esquina.
Salí tras ella como una cierva tras su cría pero al llegar al cruce me topé con una pared.
Miré a mi alrededor pero estaba tan sola como cuando había llegado. Me acerqué a las sucias ventanas cerradas de la oficina y con mis manos enmarqué mi rostro tratando de ver en el interior pero todo estaba empolvado, derruido, abandonado.
Salté cual venado ante el disparo de un rifle cuando, a mis espaldas, el silbato de un tren anunciaba su llegada... y su partida, pues siguió de largo a una velocidad vertiginosa como si no tuviese frenos, y se perdió en la fría niebla, que se posó nuevamente para engullir al próximo en atravesarla.
Sentí una gélida mano asir la mía. La niña había vuelto y me arrastraba con ella hacia la niebla...
Lo último que hice fue volver la vista hacia la estación de tren pero ya no estaba.
Advertí cómo el frío y el silencio me envolvían.

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