FANTASÍA (IN)DESEABLE

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(gato/faro)
Lo escuché rasguñar la puerta. Se había quedado fuera otra vez.
Mientras preparaba la cena, vi por la ventana el reflejo de los truenos de la tormenta  al norte.

El gato renunció a que le abriera la puerta. Mejor. Otro que debía desaparecer de mi mundo. Cozy  se asomó un día ventoso de otoño. Era tan particular que no pude ignorarlo. Tenía solo un ojo avieso que le hacía caminar medio de lado. En cuanto entró se fue a la cocina y se acomodó en la esquina de la estufa. ¿Lo había querido alguna vez? No. Fue un momento de debilidad. Para mi marido, Cozy era una compañía ignorada. Entonces, ¿por qué había aceptado que se quedara? Un día no lo volví a ver. Acababa de regresar de hacer la compra. Le había puesto la comida en su balde. Solo me di cuenta de que ya no estaba cuando pasados unos días la comida aún seguía ahí.

Mientras mi marido estaba en el faro, me permití tomar mi aperitivo a solas. Era un momento que valoraba y que disfrutaba sin nadie a mi alrededor maullando, hablando sobre cualquier cosa, o, yo, haciendo lo que debía. Con mi Jim Beam de compañía empecé a imaginar cómo sería vivir sola. Esa idea me venía rondando por la cabeza demasiado a menudo como para ignorarla. Al final, me rendí y empecé a fantasear. Cierto que tenía un esposo responsable, cariñoso, a su modo, querido por todos. Y, sin embargo, me hallaba recreando un mundo donde él ya no estuviera a mi lado... ni el gato.
Apagué la estufa y salí a la terraza que da al mar. Había rellenado mi vaso y me quedé mirando hacia el faro.

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Franc se encontraba en lo alto del faro con un trapo en la mano que le servía para todo, desde limpiar una pieza hasta limpiarse las manos o la cara. Observó la tormenta al norte y pronosticó a qué hora pasaría por su faro: dos treinta, a más tardar tres de la mañana. Saldría de casa a las dos quince para evitar que le pillara. Franc gozaba sintiendo la tormenta dentro del faro. Ver que todo a su alrededor se auto destruía y se reconstruía era mágico para él. No se cansaba de vivirlas. Nunca eran iguales. Y siempre le sorprendían. Muchas veces lo habían pillado dentro del faro y ni siquiera comer o dormir lo habrían hecho renunciar a tal contemplación.

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La lluvia la sorprendió camino al faro. Aún era tenue. Llevaba una cena fría y una botella de Pinot noir. Al llegar todo estaba oscuro. La intermitencia de la luz del faro que alumbrara el interior por pausas le permitió subir poco a poco las gradas. Al llegar a la parte más alta descubrió que todo estaba abandonado, sucio, enmohecido, apestoso. La única mesa tenía una costra de polvo. Las dos sillas estaban volcadas y una de ellas tenía dos patas rotas. La pequeña estufa a carbón parecía una chatarra por el desuso. El viento rancheado entraba por las ventanas rotas. Un haz de luz le permitió vislumbrar un animal muerto. Un gato o una rata.
Pensó en Cozy.

La mujer se quedó paralizada nuevamente.
Cada vez que veía venir una tormenta se preparaba para llevar la cena a su esposo.
Sabía lo mucho que él disfrutaba ese espectáculo atmosférico que ni comía.
Pero nuevamente constató que él ya no estaba.
Que su fantasía se había hecho realidad.

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