(Mapache/cofre)
El anticuario tenía tanto para mi gusto que no sentí el tiempo cuando mi esposo, Liko, me llamó dando golpecitos en el vidrio de la tienda enseñándome su reloj de pulsera. Sí, el tiempo había volado y no me había decidido por nada... mejor sería decir que quería llevar casi todo lo que veía. En la salida vi un cofre en la estantería detrás de la caja. Me llamó la atención su tamaño y simplicidad. No lo pensé mucho y lo compré.
Ni siquiera negocié el precio. Olía delicioso a cedro y a moho, a naturaleza viva.
Cuando Liko me vio con el paquete puso los ojos en blanco.
Sí, ya sé -le dije- pero en cuanto veas lo que compré entenderás porqué lo hice. Mi frase preferida, él lo sabía.
Llegamos a casa y dejé mi reciente adquisición sobre la mesa de la entrada junto a las llaves. Se veía muy bien.
Empecé a preparar la cena y luego me di un duchazo y me arreglé.
Mis padres eran muy puntuales y, aunque la cena era una informalidad regular, ellos siempre llegaban a la hora establecida.
Me encontraron en la cocina terminando el risotto. Mi madre me dio un abrazo de esos que te dejan con una aura de energía, e inmediatamente me preguntó por el cofre que había visto en la entrada.
-¿Verdad que es precioso? -le dije con ojos cómplices. Ambas disfrutábamos cazando tesoros en los anticuarios.
-¿Sabes que se parece a uno que tuve de niña? -me dijo mi madre casi como si fuera un dato jamás divulgado.
-¡No te creo! -le dije incrédula-. ¿Y qué fue de él? No me digas que no sabes.
-Pues esa es la verdad. No tengo idea de dónde está o si me deshice de él en algún momento de mi vida. Ya sabes que tuve mi época loca donde vendí casi todo lo que tenía de "valor" para hacer mi viaje de mochilera. Si tu abuela viviera podría decírnoslo porque mantenía inventariado todo lo que había en casa por aquello de que a mí se me ocurriera venderlo para el mentado viaje-. Ambas reímos.
Papá entró en la cocina en ese momento. Me hizo una seña para que saliera.
- ¿Qué piensas hacer en esa habitación del fondo? -me preguntó señalándome el que había sido el estudio de mi marido antes de casarnos. Mi padre siempre andaba detrás de mí para convencerme de que retomara mi novela. Pero mi excusa era que no tenía un lugar de inspiración. Lo miré y no supe qué pasó por mi cabeza, pero antes de que me dijera algo más me le adelanté. -Estaba pensando en convertirlo en mi estudio-. Le dije. Me deleitó ver su expresión. No se dijo más, no era necesario, pero, por si las dudas, mi padre añadió: después de la cena podemos echarle un vistazo y decidir qué se va y qué te puede servir.
Después de la cena, mi marido se quedó lavando los platos con mi madre mientras mi padre y yo tratábamos en vano de abrir la maldita puerta que tenía llave.No puedo creerlo. Alguien está tratando de abrir la puerta. Ya lo había escuchado antes pero ahora suena más decidido.
Siete años de matrimonio y era evidente lo poco que nos había importado o, quizás, lo poco que necesitamos esa habitación que no nos percatamos de que estaba aún con llave y mi marido no sabía cuál de todas del puñado en una argolla era la de su estudio. Por fin la llave entró con facilidad y el click fue melodioso para mis oídos.
Alguien asomó la cara en la puerta. ¿Qué pensará cuando vea lo que hay dentro?
-¡Cielos, cariño! Pero,¿qué tipo de estudio era este?- No solo mi padre estaba perplejo. Yo misma no entendía porqué mi marido lo había llamado estudio y, lo más importante, porqué no me había dicho lo que contenía. Creo que de alguna forma se avergonzaba de conservar los frutos de su hobby.
La habitación estaba abarrotada de animales disecados, roedores en su mayoría. Pero a diferencia de como suelen lucir, estos parecían muñecos de peluche. Tenían el pelaje de varios colores, los ojos, que podrían ser amenazadores estando vivos, ahora eran de un color ámbar algunos, otros rosado y hasta verde, pero todos combinados con el color de su pelambre. A excepción de uno.Alguien me mira fijamente a los ojos y no me permito parpadear. No sé si está haciendo un "serio" conmigo pero si ahora me muevo me descubrirá.
-Mira este pequeño mapache, papá, parece de verdad. Bueno..parece vivo-. Pero cuando lo toqué, este saltó y salió escabulléndose entre todas las figuras que ni se inmutaron. Yo salté hacia atrás asustada de no concebir lo que veía y conmigo cayeron un montón de estos animalejos. Mi padre, se sobresaltó por mi inexplicable reacción. No se había dado cuenta de lo sucedido. Le explico lo que vi mientras me ayuda a levantarme. Me dice que a lo mejor yo misma moví al mapache que cayó al tocarlo. Me quedo con la sensación de que me lo he imaginado.
Salimos de la habitación sacudiéndonos el polvo. En la cocina mi madre y mi marido toman té. Al vernos, mi madre decide que ya es hora de irse y empieza a despedirse.
En la puerta, tomo el cofre y se lo obsequio. Me mira sorprendida y conmovida. He tocado una fibra melancólica, me digo. Pero cuando lo abre, un par de ojos enmascarados nos miran estáticos. Nos quedamos petrificadas de miedo o de precaución por no querer ahuyentar al precioso animalito acomodado tan bien en la caja que parece que siempre estuvo ahí y que nos decía con sus tiernos ojos "adóptame".