ME HABLÓ
El ensordecedor ruido de la música y los gritos de la gente han quedado amortiguados cuando cierro la puerta del baño. Todo me da vueltas y solo deseo sentirme mejor de una vez por todas. Pero las malditas arcadas se han ido.
Hago pis y mi vejiga se desinfla rápidamente.
¡Ah! Qué rico. ¿Desde qué hora me estoy aguantando?
Me lavo la cara y al verme en el espejo, se resquebraja.
Cierro los ojos, me echo más agua y los abro de nuevo.
El espejo está intacto.
Debo parar de esnifarme siete veces por semana.
Esos ojos enrojecidos le quitan el encanto habitual al verde marino heredado de mi abuelo. Aunque sin el hielo usual que los caracterizaban, especialmente cuando alguien no pensaba como él.
Por fortuna, el espejo rescata la esencia de mi alma. En el fondo la vislumbro.
No por nada estoy entregada a mi profesión. La psicología me rescató; ahora yo hago otro tanto por otros.
Pero lo que veo en el espejo es algo más que una sobreviviente.
También plasma mis cicatrices. Lo veo en la oscuridad de mis párpados y en el fruncimiento de mi ceño.
Esa sed perenne por el peligro y lo novedoso han hecho mella en mí y el espejo me lo recuerda.
Tampoco la luz incandescente de las bombillas ayuda. Parece que este baño fue diseñado para recordarnos nuestros demonios con solo asomarnos a él.
Alguien toca a la puerta. "Un momento, por favor", digo para que me den un respiro.
Venir ha sido un error. Creer que salir de casa es distracción; que hacer a un lado el trabajo es relajamiento, es de ilusos. Busco en mi bolso el tubito transparente. Ya no queda nada. ¿Adónde fue mi polvo mágico?
Me veo en el espejo y una mueca que no reconozco me saca la lengua.
Decido enfrentarla y no aparto la vista. La mueca me mira a los ojos y estos empiezan a llorar; no los míos, los del espejo.
La boca habla pero no escucho nada; sus labios vocalizan pero no entiendo.
De la nariz brota un hilillo de sangre; yo siento dolor pero al tocarme no tengo nada.
Alguien forcejea con el picaporte de la puerta. La abro y no hay nadie.
La música ha cesado. El pasillo está desierto.
Camino hacia el salón que está en silencio y a oscuras.
Un fogonazo me vislumbra; otros más se unen al concierto de luz que se refleja en el montón de espejos que me rodean reflejándome de muchas formas que no me permiten reconocerme.
Me tapo los ojos; la luz es insoportable... o es la imagen de mí misma que no quiero ser pero que se encuentra tan arraigada en mí que no me reconozco