LOS PANES DE LA TIENDA...

0 0 0
                                    

DE LA ESQUINA...

Eran las tres de la mañana cuando después de tres golpes seguidos por dos más, la consigna, la nía Cleo abrió la puerta. Cinco hombres entraron sigilosamente.
Pasaron el mostrador, la caja, el baño, y llegaron al fondo donde se encontraban dos ancianos sentados uno frente al otro, fumando un puro uno, y el otro bebía de un pocío agua de café.
Entre ellos había una mesa con una silla. Sobre la mesa había un reloj.
Los hombres iban vestidos de obreros, bien abrigados y, aunque la hora parecía de desvelo, ellos estaban bastante espabilados. Esperaron a que los ancianos les indicaran dónde podían sentarse y así lo hicieron.
Sumisos, pensaría quien no los conociera.
Eran hombres entre los treinta y cuarenta, fornidos unos, peludos otros, un escuálido y otro tan bajo que hasta su cara le hacía parecer púber.
Iban vestidos para faenar en cuanto saliera el sol, pero en ese momento la razón de su visita era otra.
Dejaron en el piso sus mochilas llenas de instrumentos afilados y peligrosos para un inexperto.
La anciana entró en la estancia y todos se pusieron de pie. Ella se sentó entre los dos ancianos y se acomodó frente a la mesa.
Los hombres se sentaron y esperaron.
La nía Cleo se aclaró la voz y habló a los hombres.
En el ambiente flotaba la incertidumbre y la ansiedad. Era el último día que tenían para dilucidar cualquier duda. La noche de ese día sería determinante para el futuro de cada uno de ellos. O, al menos, así lo esperaban esos hombres que habían acudido a ese lugar durante seis meses.

-Para empezar, quiero que pongan atención a los detalles que hemos estado viendo. Deben estar concentrados en todo momento para no cometer errores evitables. ¿Saben a qué me refiero? -la nía Cleo miró a cada uno de ellos explorando sus expresiones. Todos asintieron expectantes. -No está de más decir- continuó- que esta será una oportunidad única. No deben fallar. Ya no los veremos más. Después de esta noche, cada quien tomará su propio camino.

Los hombres empezaron a hacer sus preguntas, ora al anciano fumador, ora al al bebedor. Pero fue a la nía Cleo a quien más consultaron. Era la matrona. La lideresa. La que los había involucrado en esa aventura que culminaría la noche de ese día que estaba por despertar.
La prueba final.
En la mesa sonó la alarma del reloj. Eran las 4:30. Los hombres se pusieron de pie, se despidieron ceremoniosamente de cada uno de los ancianos y partieron rumbo a sus respectivos trabajos.

Esa noche, los hombres se reunieron frente a la puerta marcada 23-45.
El rescindo estaba a oscuras. Entraron sin problema y esperaron.
Veinte minutos más tarde un hombre entró jadeando. Iba con retraso. Encendió las luces y se disculpó.
Les pidió a los hombres que se sentaran en las sillas con mesas ya dispuestas, esperó a que cada uno tomara un lugar, sacó un cronómetro y repartió unas hojas grapadas.
-Tienen una hora para hacer el examen. Les deseo suerte y que todos lo pasen.
Los hombres se pusieron manos a la obra. Parecía que la hoja venía con las respuestas porque en ningún momento dudaron y todos terminaron antes de que el cronómetro saltara.
Habían pasado el Tercero Básico.

DOSpalabrasUNrelatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora