El último tango

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Después de que todos se han marchado la casa parece deshabitada.
Los muebles silenciosos extrañan el murmullo respetuoso de los que antes han colocado sus vasos y tazas para darme un abrazo y susurrarme al oído palabras de consuelo. La noche los ha ahuyentado como si las sombras de dolor que flotaban en el ambiente fueran una maldición para el que osara estar fuera de casa.
Camino palpando con las yemas de los dedos aquellos vejestorios que toda mi vida han sido parte de la casa.
Pulidos a pesar del maltrato del tiempo. Ajados a pesar del amor con que mis padres los habían tratado.
Entre sillones, sillas y sofás  alcanzo al tocadiscos. Original de los sesentas. Otra reliquia apetecida hoy en día.
Hurgo entre los elepés hasta que doy con el que mi padre solía asociar a su primer encuentro con mi madre. Lo saco de su estuche y lo pongo. Nunca me interesó  quién cantaba esas canciones de amor de inquietante tristeza que a mi padre parecía no afectarle. Él las escuchaba y simultáneamente que rememoraba ese Encuentro me iba relatando cómo  él y mi madre se habían enamorado en el primer tango que bailaron, hacía más de sesenta años, en la fiesta del barrio San Telmo, una noche de verano, en Buenos Aires.
Y yo, solo podía imaginar lo que para él era tan palpable...

DOSpalabrasUNrelatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora