1. El número 514, serie 23[1]

607 16 1
                                    


El 8 de diciembre del año pasado, el señor Gerbois, profesor de matemáticas en el Liceo de Veesalles, descubrió entre el batiburrillo de una tienda de compraventa, un pequeño secrétaire de caoba que le agradó por la variedad de sus gavetas.

«He aquí lo que necesito para el cumpleaños de Suzanne», pensó.

Y como se las ingeniaba, en la medida de sus modestos recursos, por complacer a su hija, le quitó el precio y pagó la suma de sesenta y cinco francos.

Cuando daba su dirección, un joven de aspecto elegante y que hacía un buen rato iba husmeando de un lado para otro, vio el mueble y preguntó:

─¿Cuánto?

─Está vendido ─replicó el dueño de la tienda.

─¡Ah!... ¿Al señor, quizá?

El señor Gerbois saludó y, tanto más contento por haber comprado un mueble que le gustaba a un semejante, se retiró.

Pero no había dado diez pasos en la calle cuando se le unió el joven, el cual, con el sombrero en la mano y un tono de perfecta cortesía, le dijo:

─Le ruego que me perdone, señor. Pero voy a hacerle una pregunta indiscreta... ¿Buscaba ese secrétaire con mayor interés que cualquier otra cosa?

─No. Buscaba una balanza de ocasión para algunos experimentos físicos.

─Entonces, ¿no le importa mucho?

─Sí me importa.

─¿Porque es antigua tal vez?

─Porque es cómodo.

─En ese caso, ¿consentiría en cambiarlo por otro secrétaire tan cómodo como éste, pero en mejor estado?

─Éste está en buen estado y el cambio me parece inútil.

─Sin embargo...

El señor Gerbois es un hombre fácilmente irritable y de carácter receloso. Respondió secamente:

─Le suplico, señor, que no insista.

El desconocido se plantó delante de él.

─Ignoro el precio que ha pagado usted por ese mueble, señor. Le ofrezco el doble.

─No.

─El triple.

─¡Oh, basta ya! ─Exclamó el profesol, impaciente─. No vendo lo que me pertenece.

El joven le miró fijamente, de una forma que el señor Gerbois no olvidaría, luego, sin decir una palabra, dio media vuelta y se alejó.

Una hora después llevaban el mueble a la casita que ocupaba el profesor en la carretera de Viroflay. Llamó a su hija.

─Esto es para ti, Suzanne, si todavía te hace falta.

Suzanne era una muchachita bonita, expansiva y feliz. Se arrojó al cuello de su padre y le besó con tanta alegría como si le hubiese ofrecido un regalo digno de rey.

Arsenio Lupin contra Sherlock HolmesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora