41. La lámpara judía 2[4]

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─Señor Lupin ─dijo, al fin, Holmes, saliendo de su mutismo─, habla usted demasiado y peca frecuentemente por exceso de confianza y por ligereza.

─El reproche es severo.

─Es así como, sin darse cuenta, me ha proporcionado usted hace un instante la información que yo buscaba.

─¿Cómo? ¿Buscaba usted una información y no me lo había dicho?

─No necesito ayuda de nadie. De aquí a tres horas daré la solución del enigma a los barones D'Imblevalle. Ésta es mi única respuesta...

No acabó la frase. El bote se había volcado de golpe, arrastrándolos a los dos. Pronto emergió, boca abajo, con la quilla al aire. Se oyeron gritos de angustias en ambas orillas, luego un silencio y, de repente, nuevas exclamaciones: uno de los náufragos había reaparecido.

Era Sherlock Holmes.

Excelente nadador, se dirigió a grandes brazadas hacia la barca de Folefant.

─Animo, señor Holmes ─grito el sargento─, ya estamos cerca... No desmaye... Después nos ocuparemos de él... Ya lo tenemos, vaya... Un pequeño esfuerzo, señor Holmes... Agarre la cuerda...

El inglés cogió la cuerda que le tendían. Pero, mientras lo izaban a bordo, una voz, tras él, lo interpeló:

─La solución del enigma, mi querido maestro, la conocerá, sí. Me extraña que no la sepa ya... ? ¿Y qué? ¿De qué le servirá? Será entonces cuando tendrá perdida la partida...

A horcajadas sobre la quilla, que acababa de escalar, Arsenio Lupin, cómodamente instalado ahora, proseguía su discurso con ademanes solemnes y como si esperase convencer a su interlocutor:

─Compréndalo, querido maestro. No hay nada que hacer, nada absolutamente... Se encuentra usted en la situación lamentable de un señor que...

Folefant le conmió:

─Ríndete, Lupin.

─Es usted un mamarracho, sargento Folefant. Me ha interrumpido en mitad de la frase. Decía...

─Ríndete, Lupin.

─Caramba, sargento Folefant. Uno no se rinde más que cuando está en peligro. ¿O pretendes creer que corro algún peligro?

─Por última vez te lo digo, Lupin, te conmino a que te rindas.

─Sargento Folefant, no tienes intención de matarme, a lo sumo de herirme, tanto es tu miedo a que me escape. ¿Y si por casualidad la herida fuese mortal? No. Piensa en tus remordimientos, desgraciado. ¡En tu vejez envenenada!...

El disparo partió.

Lupin se tambaleó, se agrró un momento a la quilla, luego, se inclinó y desapareció.

❈❈❈

Eran exactamente las tres de la tarde cuando tuvieron lugar los acontecimientos relatados. A las seis en punto, como lo había anunciado, Holmes, vestido con un pantalón demasiado corto y una chaqueta demasiado estrecha que le había prestado un posadero de Neuilly, tocado con una gorra y provisto de una camisa de franela con ribetes de seda, entró en el boudoir de la calle Murillo, después de haber solicitado una entrevista con los barones D'Imblevalle.

Lo encontraron paseando de un lado a otro de la habitación, y les pareció tan cómico con aquella extraña indumentaria que tuvieron que reprimir unas ganas locas de reírse. Holmes, con aire pensativo y espalda encorvada, andaba como un autómata de la ventana a la puerta y de la puerta a la ventana, dando cada vez el mismo número de pasos y girando en el mismo sentido.

Arsenio Lupin contra Sherlock HolmesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora