─Mire, querido amigo ─decía Holmes a Watson, blandiendo la nota de Arsenio Lupin─, lo que me exaspera de esta aventura es sentir continuamente sobre mí la mirada de ese satánico caballero. No se le escapa ni el más secreto de mis pensamientos. Actúo como un actor cuyos pasos están regulados por un director de escena riguroso, que va allá y dice tal cosa porque lo quiere así una voluntad superior. ¿Comprende usted, Watson?Iba de un lado a otro de la habitación, con pasos sonoros, a riesgo de despertar a su viejo compañero.
─En fin, la cosa no va del todo mal, y si los caminos que sigo son un poco oscuros, empiezo a reencontrarme. Ante todo, voy a fijar mi atención sobre el señor Bresson. Ganimard y yo estamos citados a orillas del Sena, en el lugar donde Bresson arrojó su paquete, y se nos revelará el papel de tal señor. Lo demás es una partida que tenemos que jugar Alice Demun y yo. El adversario es de poca envergadura, ¿eh, Watson? ¿Y no cree usted que dentro de poco conoceré la frase del álbum y lo que significan esas dos letras aisladas: la C y la H? Porque todo reside ahí, Watson.
En aquel momento entró la señorita, y al ver a Holmes gesticulando, le dijo amablemente:
─Señor Holmes, voy a regañarle si despierta a mi enfermo. No está bien que usted le moleste. El doctor exige reposo absoluto.
La contemplaba sin decir palabra, asombrado, como el primer día, de su calma inexplicable.
─¿Por qué me mira usted así, señor Holmes? ¿Por nada? Sí... Siempre tiene usted alguna reserva mental conmigo... ¿Cuál es? Respóndame, se lo ruego.
─Bresson se mató ayer.
La muchacha repitió, aparentemente sin compreder:
─Bresson se mató ayer...
Ninguna contracción alteró su rostro, nada que revelase el esfuerzo de la mentira.
─Estaba usted prevenida ─dijo Holmes con irritación─. Si no, se hubiera estremecido por lo menos... ¡Ah! Es usted más fuerte de lo que yo creía... Pero ¿por qué disimular?
Cogió el álbum de imágenes que acababa de poner sobre una mesita y, abriéndolo por la página recortada, preguntó:
─¿Podría decirme en qué orden debo disponer las letras que faltan aquí para conocer el significado exacto de la nota que envió usted a Bresson cuatro días antes del robo de la lámpara judía?
─¿En qué orden?... ¿Bresson?... ¿El robo de la lámpara judía?...
Repetía las palabras, lentamente, como para descubrir su significado.
Holmes insistió:
─Sí. Aquí están las letras utilizadas..., sobre este trozo de papel. ¿Qué le decía usted a Bresson?
─Las letras utilizadas..., lo que yo decía...
De pronto soltó una carcajada.
─¡Ah! ¿Es eso? ¡Ahora comprendo! ¡Soy cómplice del robo! Existe un tal Bresson, que robó la lámpara judía y que se ha matado. ¡Y yo soy la amiga de ese señor! ¡Oh, qué divertido!
─¿A quién fue usted a ver, entonces, ayer por la tarde al segundo piso de una casa de la avenida de los Ternes?
─¿A quién? A mi modista, la señorita Langeais. ¿Acaso mi modista y mi amigo, el señor Bresson, son una misma y única persona?
A pesar de todo, Holmes dudó. Se puede fingir de tal forma que se pase al terror, a la alegría, a la inquietud, a todos los sentimientos, pero no a la indiferencia ni tampoco a la risa alegre y descuidada.
Sin embargo, todavía le dijo:
─Una última pregunta: ¿por qué la otra tarde, en la estación del Norte, me abordó usted? ¿Y por qué me suplicó que volviera a mi país inmediatamente sin ocuparme del robo?
─¡Ah! Es usted demasiado curioso, señor Holmes ─respondió la joven, sin dejar de reír con la mayor naturalidad─. Para su castigo, no sabrá nada y, además, cuidará del enfermo mientras voy a la farmacia... Una receta urgente... Me escapo.
Salió.
─Estoy aturdido ─murmuró Holmes─. No solamente no he conseguido nada de ella, sino que soy yo quien se ha descubierto.
Y revordaba el caso del brillante azul y el interrogatorio que hizo sufrir a Clotilde Destange. ¿No se encontraba ante la misma serenidad que la Dama Rubia le había opuesto, y no se encontraba de nuevo frente a uno de esos seres que, protegidos por Arsenio Lupin y bajo la acción directa de su influjo, conservaban, en la misma angustia del peligro, la calma más asombrosa?
─Holmes... Holmes...
Se acercó a Watson, que lo llamaba, y se inclinó sobre él.
─¿Cómo está usted, viejo amigo? ¿Le duele mucho?
Watson movió los labios sin poder hablar. Al fin, tras enormes esfuerzos, tartamudeó:
─No..., Holmes..., no es ella..., es imposible que sea ella...
─¿Qué está usted mascullando? ¡Le digo que es ella! Se lo digo yo. No puede ser más que ante una criatura de Lupin, manejada y dirigida por él, que yo pierda la cabeza y actúe como un idiota... Ahora que conoce toda la historia del álbum... Le apuesto lo que quiera a que antes de una hora Lupin lo sabra todo. ¿Antes de una hora? ¡Qué digo! Inmediatamente. ¡La farmacia, la receta urgente!... ¡Mentiras!
Se volvió rápidamente, bajó a la avenida de Messine y vio a la señorita que entraba en una farmacia. Reapareció, diez minutos más tarde, con algunos frascos y botellas envueltos en papel blanco. Pero cuando subía por la avenida, fue abordada por un individuo que, con la gorra en la mano y ademán obsequioso, la perseguía como pidiéndole una limosna.
La joven se detuvo y le dio una moneda, continuando su camino.
«Ella le ha hablado», se dijo el inglés.
Más que una certeza era una intuición, bastante fuerte, sin embargo, para que él cambiase de táctica. Abandonando a la joven, se lanzó tras los pasos del falso mendigo.
Llegaron, uno tras otro, a la plaza Saint- Ferdinand, y el hombre erró durante largo rato por los alrededores de la casa Bresson, alzando, a veces, los ojos hacia las ventanas del segundo piso y vigilando a los que entraban en la casa.
Al cabo de una hora subió a la plataforma de un tranvía que se dirigía a Neuilly: Holmes montó también y se sentó, un poco alejado, detrás del individuo, al lado de un señor a quien ocultaban las hojas de un periódico. En las fortificaciones el periódico cayó, y Holmes vio a Ganimard. Éste le dijo al oído, señalando al individuo:
─Es nuestro hombre de ayer por la tarde, el que seguía a Bresson. Hace una hora que vagabundea por la plaza.
─¿Algo nuevo sobre Bresson? ─preguntó Holmes.
─Sí. Esta mañana llegó una carta dirigida a él.
─¿Esta mañana? Es decir, que fue echada al correo ayer, antes de que el remitente supiera su muerte.
─Exactamente. Está en manos del juez de instrucción, pero me la sé de memoria: «No acepta ninguna transacción. Lo quiere todo: tanto lo del primer golpe como lo del segundo. Si no, actúa». Sin firma ─añadió Ganimard─. Como usted ve, estas breves líneas apenas le servirán.
─No estoy de acuerdo con usted, señor Ganimard. Por el contrario, esas líneas me parecen muy interesantes.
─¿Y por qué, Dios mío?
─Por razones que me reservo ─respondió Holmes con la grosería que empleaba con su colega.
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Arsenio Lupin contra Sherlock Holmes
Historical FictionVolumen (2). Maurice Leblanc estaba convencido de que la propiedad era un robo, de modo que se le ocurrió crear uno de los personajes más populares que ha dado la literatura de misterio: Arsenio Lupin, caballero ladrón, que durante décadas desvalijó...