Por la tarde los dos amigos se embarcaban en Douvres. La travesía fue excelente. En el rápido de Calais a París, Holmes disfrutó de tres horas de sueños profundo, mientras Watson hacía guardia a la puerta del compartimento y meditaba con la mirada perdida.
Holmes se despertó feliz y descansado. La perspectiva de un nuevo duelo con Lupin le encantaba, y se frotó las manos con el aire satisfecho del hombre que se prepara a paladear abundantes alegrías.
─Al fin ─Watson exclamó para sí─, vamos a desentumecernos.
Y se frotó las manos con el mismo aire de satisfacción.
Ya en la estación, Holmes cogió los portamantas y seguido de Watson, que llevaba las maletas a cada cual su carga, dio los billetes y salió alegremente.
─Hermoso tiempo, Watson... ¡Sol!... París se engalana para recibirnos.
─¡Qué de gente!
─Mejor, Watson. Así no corremos el peligro de que nos vean. ¡Nadie nos reconocerá en medio de esta multitud!
─¿Señor Holmes, ¿no es verdad?
Se paró aturdido. ¿Quién podía llamarlo por su nombre?
Una mujer iba a su lado, una joven, cuyo sencillo vestido dibujaba la elegante silueta y cuya bonita cara tenía una expresión inquieta y dolorosa. Repitió:
─Es usted el señor Holmes, ¿verdad?
Como él callaba, tanto por la confusión como por prudencia, repitió la joven por tercera vez:
─¿Es al señor Holmes a quien tengo el honor de dirigirme?
─¿Qué quiere de mí? ─respondió bastante brusco, creyendo que se trataba de un mal encuentro.
La joven se plantó delante del inglés.
─Escúcheme, señor. Es muy grave. Sé que va usted a la calle Murillo.
─¿Qué dice usted?
─Sé..., sé que va a la calle Murillo..., al número 18. Pues bien: no hace falta... No, no debe ir allí... Le aseguro que lo sentirá. Si le digo esto, no piense que tengo en ello ningún interés. Es un caso de conciencia.
El inglés trató de separarla de su lado. Ella insistió:
─¡Oh, se lo ruego, no se obstine!... ¡Ah, si yo supiera cómo convencerle! Mire en el fondo de mí, mire en el fondo de mis ojos... Son sinceros..., dicen la verdad...
Ofrecía sus ojos locamente, aquellos bellos ojos graves y límpidos en los que parecía reflejarse la misma alma. Watson movió la cabeza.
─La señorita tiene aspecto bastante sincero.
─Sí ─imploró la joven─. Hay que tener confianza...
─Tengo confianza en usted, señorita ─replicó Watson.
─¡Oh, qué feliz soy! Su amigo también, ¿verdad? Lo siento..., estoy segura de ello. ¡Qué dicha! Todo se arreglará... ¡Ah, qué buena idea tuve!... Escuche, señor, hay un tren para Calais dentro de veinte minutos... Pues bien: cójalo usted... Rápido, sígame... El camino está por este lado y apenas tiene usted tiempo.
Buscaba la forma de llevarlo. Holmes la agarró del brazo y, con voz que procuraba hacer lo más suave posible, dijo:
─Perdóneme, señorita, que no pueda acceder a sus deseos. Yo no abandono jamás una tarea que tenga entre manos.
─Se lo suplico..., se lo ruego... ¡Ah, si usted pudiera comprender!
Holmes pasó al otro lado y se alejó rápidamente
ESTÁS LEYENDO
Arsenio Lupin contra Sherlock Holmes
Historical FictionVolumen (2). Maurice Leblanc estaba convencido de que la propiedad era un robo, de modo que se le ocurrió crear uno de los personajes más populares que ha dado la literatura de misterio: Arsenio Lupin, caballero ladrón, que durante décadas desvalijó...