16. Sherlock Holmes abre las hostilidades[5]

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─Me encontraba midiendo las habitaciones ─dijo Watson─, cuando vi una sombra en el jardín. No tuve más que una idea...

─¡La de apoderarse de la sombra!... La idea era excelente. Sólo que ¡ya ve usted!... ─dijo Holmes, ayudando a su compañero a levantarse y arrastrándolo hacia la verja─. Watson, cuando reciba usted una carta mía, asegúrese primero de que no han falsificado mi letra.

─Pero, entonces..., ¿la carta no es suya?

─No.

─¿De quién?

─De Arsenio Lupin.

─Pero ¿con qué fin?

─¡Ah! No lo sé, y eso es precisamente lo que me preocupa. ¿Por qué diablos se ha molestado en fastidiarlo a usted? Si se hubiese tratado de mí, lo comprendería. Pero sólo se trata de usted. Y me pregunto qué interes...

─Tengo prisa por volver al hotel.

─Yo también, Watson.

Llegaron a la verja. Watson, que iba delante, agarró uno de los barrotes y tiró.

─¡Vaya! ─exclamó─. ¿Cerró usted?

─Claro que no. Dejé la hoja entreabierta nada más.

Sherlock tiró a su vez, luego, espantado, se arrojó sobre la cerradura. Se le escapó una blasfemia.

─¡Está cerrada! ¡Cerrada con llave!

Sacudió la puerta con todas sus fuerzas, luego, comprendiendo la inutilidad de sus esfuerzos, dejó caer los brazos, desalentado, y dijo con voz entrecortada:

─Ahora me lo explico todo. ¡Es él! Previó que yo bajaría en Creil y me ha tendido una bonita trampa para el caso en que viniera aquí a empezar mi investigación esta misma noche. Además, ha tenido la gentileza de enviarme un compañero de cautiverio. Todo para hacerme perder un día, y también, sin duda, para probarme que haría mejor en no mezclarme en sus asuntos.

─Es decir, que somos sus prisioneros.

─Ha pronunciado usted la palabra exacta. Sherlock Holmes y Watson son los prisioneros de Arsenio Lupin. La aventura se realiza a las mil maravillas... Pero no. No es admisible...

Una mano se abatió sobre su hombro: la de Watson.

─Allá arriba... Mire allá arriba... Una luz...

En efecto, una de las ventanas del primer piso estaba iluminada.

Se lanzaron corriendo hacia la casa, cada uno por una escalera, y se encontraron al mismo tiempo a la entrada de la habitación iluminada. En el centro de la misma ardía un cabo de vela. Al lado había una cesta, y de esta cesta emergía el gollete de una botella, las patas de un pollo y medio pan.

Holmes estalló en carcajadas.

─¡Maravilloso! ¡Nos ofrece la cena! Éste es el palacio de los encantamientos. ¡Una verdadera fantasía! Vamos, Watson, no ponga esa cara de entierro. Todo esto es muy divertido.

─¿Está usted seguro de que es muy divertido? ─gimió, lúgubre, Watson.

─¡Claro que estoy seguro! ─exclamó Holmes con alegría demasiado ruidosa para ser natural─. Es decir, que jamás he visto nada tan divertido. ¡Es de excelente comicidad!... ¡Qué gran maestro de la ironía es este Arsenio Lupin!... Lo enreda a uno, pero ¡con una gracia!... No cedería mi puesto en este festín por todo el oro del mundo... Watson, querido amigo, me angustia usted. Me despreciaría, y no tendría usted esa nobleza de carácter que ayuda a soportar el infortuino. ¿De qué se quja? A esta hora podría estar usted con mi puñal clavado en la garganta..., o yo con el suyo en la mía, porque era eso lo que buscaba nuestro malvado amigo.

Arsenio Lupin contra Sherlock HolmesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora