21. Algunas luces en las tinieblas[5]

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Al término del trayecto, Sherlock, que se había asomado a la barandilla, vio a Lupin que pasaba por delante de sus guardaespaldas, oyéndole murmurar:

─¡En la Etoile!

─Se dan cita en la Etoile, perfectamente. Allí estaré. Dejémosle huir en ese coche y sigamos a los dos compinches.

Los dos compinches recorrienron a pie el camino hasta la Etoile y llamaron a la puerta de una casa estrecha situada en el número 40 de la calle Chalgrin. En el recodo que forma esta callecita poco frecuentada, Holmes pudo ocultarse en el hueco de un portal.

Una de las dos ventanas del piso bajo se abrió. Un hombre cerró los postigos. Encima de éstos, la imposta se iluminó

Al cabo de diez minutos, un señor se acercó a la puerta y llamó. Inmediatamente después, otro individuo hizo lo mismo. Al fin, se detuvo un coche, del que Holmes vio bajarse a dos personas: Arsenio Lupin y una dama envuelta en una capa y con un espeso velo por la cabeza.

«La Dama Rubia, sin duda», se dijo Holmes mientras el coche se alejaba.

Dejó pasar unos minutos. Se acercó a la casa, escaló el reborde de la ventana y, empinándose en la punta de los pies, pudo echar, por la imposta, una ojeada al interior de la habitación.

Lupin, apoyado en la chimenea, hablaba animadamente. De pie a su alrededor, los otros escuchaban atentamente. Entre ellos Holmes reconoció al señor de la levita y creyó reconocer al maitre d'hotel del restaurante. En cuanto a la Dama Rubia, le volvía la espalda, sentada en una butaca.

«Celebran consejo. Los sucesos de esta tarde les han inquietado y sienten necesidad de deliberar. ¡Ah, cogerlos a todos a la vez, de un solo golpe!...» se dijo Holmes.

Al moverse uno de los cómplices, Holmes saltó a tierra y se hundió en la sombra. El señor de la levita y el maitre d'hotel salieron de la casa. Inmediatamente se iluminó el primer piso. Alguien corrió las cortinas de las ventanas. Y se hizo tan oscuro arriba como abajo.

«Ella y él se han quedado abajo. Los dos cómplices viven arriba.»

Esperó parte de la noche sin moverse, temiendo que se fuera Lupin durante su ausencia. A las cuatro, al ver a dos agentes de policía en el extremo de la calle, se acercó a ellos, les explicó la situación y les confió la vigilancia de la casa.

Entonces se dirigió al domicilio de Ganimard, calle Pergolése, e hizo que lo despertaran.

─Ya lo tengo otra vez.

─¿Arsenio Lupin?

─Sí.

─Si usted lo tiene como antes de acostarme... En fin, vayamos a la comisaría.

Fueron a la calle Mesnil y de allí al domicilio del comisario, señor Decointre.

Luego, acompañados de media docena de hombres, se dirigieron a la calle Chalgrin.

─¿Alguna novedad? ─preguntó Holmes a los dos policías de guardia.

─Ninguna.

La aurora empezaba a blanquear el cielo cuando, tomadas las disposiciones pertinentes, el comisario llamó a la puerta y se dirigió a la portería. Atemorizada por aquella invasión, la portera, temblando, respondió que el piso bajo no tenía inquilinos.

─¿Cómo? ¿No hay inquilinos?

─Pues no, pertenece a los del primero, los señores Leroux... Tienen amueblado el piso bajo para sus parientes de provincias.

─¿Un señor y una señora?

─Sí.

─¿Que llegaron anoche con ellos?

─Quizá... Yo dormía, sin embargo, no creo... La llave está aquí... No la han perdido...

Con esa llave el comisario abrió la puerta, que se encontraba al otro lado del vestíbulo. El piso bajo estaba formado por dos únicas habitaciones. Estaban vacías.

─¡Imposible! ─exclamó Holmes─. He visto a los dos, a él y a ella.

El comisario se burló:

─No lo dudo, pero ya no están.

─Subamos al primer piso. Deben de estar allí.

─El primer piso está habitado por los hermanos Leroux.

Todos subieron la escalera, y el comisario llamó a la puerta. Al segundo golpe, un individuo, que no era otro que uno de los guardaespaldas, apareció en mangas de camisa y con aspecto enfurecido.

─¿Qué pasa? ¿A qué viene este escándalo?... ¿Es que no se va a poder dejar a la gente dormir tranquilamente? ─pero se detuvo, confundido─. ¡Dios me perdone!... ¿De verdad no sueño? ¡Es el señor Decointre!... ¡Y usted también, señor Ganimard! ¿Qué puedo hacer por ustedes?

Estalló una formidable carcajada. Ganimard se desternillaba de risa, presa de una hilaridad que le congestionaba el rostro.

─¿Es usted, Leroux?... ─tartamudeó─. ¡Oh, qué broma!... ¡Leroux, cómplice de Arsenio Lupin!... ¡Ay, me muero!... ¿Su hermano está visible?

─Edmond, ¿estás ahí? Es el señor Ganimard, que viene a visitarnos...

Apareció otro individuo, a la vista del cual se redobló la risa de Ganimard.

─¿Es posible? ¡No tenía ni idea de esto! ¡Ah, amigos míos, ustedes están siempre libres de sospechas!... ¿Quién puede dudarlo? Afortunadamente, el viejo Ganimard vela y, sobre todo, tiene amigos para ayudarlo..., ¡amigos que vienen de lejos!

Y, volviéndose a Holmes, presentó:

─Víctor Leroux, inspector de la Sûreté, uno de los buenos entre los mejores de la brigada de hierro. Edmond Leroux, oficial primero del servicio antropométrico...

Arsenio Lupin contra Sherlock HolmesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora