3. El número 514, serie 23[3]

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Lo que nos regocija en lo que podríamos llamar espectáculos de Arsenio Lupin es el papel eminentemente cómico de la policía. Todo ocurre al margen de ella. Lupin habla, escribe, previene, ordena, amenaza y ejecuta como si no existiera el jefe de la Sûreté ni los agentes, ni los comisarios, ni nadie, en fin, que pueda estorbarlo en sus designios. Todo eso se considera como nulo y no existente. El obstáculo no cuenta.

¡Y sin embargo, la policía se mueve! Desde el momento en que se trata de Arsenio Lupin, todo el mundo, desde el más alto hasta el más bajo de la escala, arde, hierve, espumea de rabia. Es el enemigo y un enemigo que se burla, que provoca, que desprecia o, lo que es peor, que lo ignora a uno.

¿Y qué hacer contra un enemigo semejante? A las diez menos veinte, según testimonio de la criada, Suzanne salió de su casa. A las diez y cinco, su padre, al salir del Liceo, no la vio en la acera donde la muchacha acostumbra a esperarlo. Así pues, todo había ocurrido en el transcurso del breve paseo de veinte minutos que Suzanne hacía desde su casa al Liceo o, por lo menos, hasta los accesos al Liceo.

Dos vecinos afirmaron que se habían cruzado con ella a trescientos pasos de la casa. Una señora había visto caminar a lo largo de la avenida a una joven cuyas señas coincidían. ¿Y después? Después no se sabía nada.

Se investigó por todos lados, se interrogó a los empleados de las estaciones y del fielato. No habían observado aquel día nada que pudiera relacionarse con el secuestro de una joven. Sin embargo, en Ville d'Avray, el tendero de un establecimiento declaró que había facilitado aceite a un automóvil cerrado procedente de París. Al volante se sentaba un chófer, en el interior, una dama rubia..., excesivamente rubia, precisó el testigo. Una hora más tarde el automóvil volvía de Versalles. Un atasco de tráfico le obligó a disminuir la marcha lo que permitió al tendero comprobar, al lado de la dama rubia ya entrevista, la presencia de otra dama envuelta en chales y velos.

Nadie dudó de que se trataba de Suzanne Gerbois.

Luego era preciso suponer que el secuestro se había llevado a cabo en pleno día, en una carretera muy frecuentada en el centro mismo de la ciudad.

¿Cómo? ¿En qué lugar? No se oyó ningún grito, no se observó ningún movimiento sospechoso.

El tendero dio las señas del automóvil: una limusina de veinticuatro caballos, de la casa Peugeon, con carrocería azul oscuro. En todo caso se informó a la directora del Grad Garage, señora Bob Walthour, que era especialista en secuestros de vehículos. En efecto, el viernes por la mañana había alquilado por todo el día una limusina Peugeon a una dama rubia, a la que no había vuelto a ver.

─Pero el chófer...

─Era un individuo llamado Ernest, que habíamos contratado el día anterior en vista de sus excelentes recomendaciones.

─¿Está aquí?

─No, devolvió el auto y no ha vuelto.

─¿No podríamos encontrar su pista?

─Sí, por las personas que lo recomendaron. Aquí tienes sus señas.

Fueron a los domicilios de esas personas. Ninguna de ellas conocía al llamado Ernest.

Así pues, cualquier pista que se seguía para salir de las tinieblas hacía caer en otras tinieblas, en otros enigmas.

El señor Gerbois no tenía fuerzas para sostener una batalla que comenzaba de forma tan desastrosa para él. Inconsolable desde la desaparición de su hija, roído por los remordimientos, capituló.

Un pequeño anuncio aparecido en el Echo de Paris, que todo el mundo comentó, confirmó su sumisión pura y simple, sin reserva mental.

Era la victoria, la guerra terminada en cuatro veces veinticuatro horas.

Dos días después, el señor Gerbois atravesaba el patio del Crédit Foncier. Llevado ante el administrador, alargó el número 514, serie 23. El administrador tuvo un sobresalto.

─¡Ah! ¿ya lo consiguió? ¿se lo han devuelto?

─Se había extraviado. Aquí está ─respondió el señor Gerbois.

─Sin embargo, usted pretendía que... el número ha sido objeto de...

─Todos fueron cuentos y mentiras.

─De todas formas, necesitamos un documento que lo acredite.

─¿Basta con la carta del comandante?

─Claro que sí.

─Aqui la tiene usted.

─Perfectamente. Sírvase dejar estos documentos en depósito. Nos conceden quince días para la comprobación. Le avisaré cuándo puede presentarse a cobrar en caja. De aquí a entonces, señor, creo que le interesa no decir nada a nadie, y que se termine este asunto en el silencio absoluto.

─Ésa es mi intención.

El señor Gerbois no habló más, el gobernador tampoco. Pero existen secretos que se revelan sin que se cometa ninguna indiscreción, y enseguida se supo que Arsenio Lupin había tenido la audacia de devolver el número 514, serie 23 al señor Gerbois.

La noticia fue acogida con estupefacta admiración. ¡Decididamente era buen jugador el que arojaba sobre la mesa un triunfo de tanta importancia como el preciado billete! Claro que se había desprendido de él a sabiendas y a cambio de una carta que establecía el equilibrio. Pero ¿y si se escapaba la joven? ¿y si lograban encontrar al rehén que él retenía?

La policía se dio cuenta del punto débil del enemigo y redobló sus esfuerzos. Arsenio Lupin, desarmado, despojado por sí mismo, preso en el engranaje de sus combinaciones, sin tocar un céntimo del millón codiciado... de golpe, los que se reían se pasarían al otro campo.

Pero era preciso encontrar a Suzanne. ¡Y no la encontraban y, lo que era peor, no se escapaba!

Así pues, Arsenio Lupin gana la primera partida. Pero lo más difícil está por hacer. La señorita Gerbois se halla en sus manos, tengámoslo en cuenta, y no la delvolverá sino mediante la entrega de quinientos mil francos. Pero ¿dónde y cómo se realizará el cambio? Para que este cambio tenga lugar es preciso que haya una cita, y entonces, ¿quién le impide al señor Gerbois avisar a la policía y así recobrar a su hija sin soltar un céntimo?

Entrevistaron al profesor. Muy abatido, deseoso de guardar silencio, permaneció impenetrable.

─No tengo nada que decir.

─¿Y la señorita Gerbois?

─La búsqueda continúa.

─Pero ¿Arsenio Lupin le ha escrito?

─No.

─¿Lo jura?

─No.

─Entonces es que sí. ¿Cuáles son sus instrucciones?

─No tengo nada que decir.

Asediaron al señor Detinan. La misma discreción.

─El señor Lupin es mi cliente ─respondió con afectada gravedad─. Han de comprender que conserve la más absoluta reserva.

Arsenio Lupin contra Sherlock HolmesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora