La tarde transcurrió monótona. A las cinco, el señor Destange anunció que se marchaba, y Holmes se quedó solo en la galería circular situada a media altura del suelo. El día se acaba. También él se disponía a marcharse cuando se oyó un crujido y, al mismo tiempo, tuvo la sensación de que había alguien en la habitación.Transcurrieron largos minutos. Y, de pronto, se estremeció: una sombra surgía de la semioscuridad, en el balcón, muy cerca de él. ¿Era posible? ¿Cuánto tiempo hacía que aquel personaje invisible le hacía compañia? ¿Y de dónde procedía?
El hombre bajó los peldaños y se dirigió a un armario de roble de enorme tamaño. Disimulando tras las colgaduras que pendían de la balaustrada de la galería, Holmes, arrodillado, observaba, y vio al hombre que registraba entre los papeles que llenaban el armario. ¿Que buscaba?
De repente se abrió la puerta y entró la señorita Destange, diciendo a alguien que la seguía:
─Entonces, decididamente no sales, ¿verdad, papá? En tal caso, enciendo... Un segundo..., no te muevas...
El hombre empujó las puertas del armario y se acultó en el hueco de un amplio ventanal, cuyas cortinas corrió sobre él. ¿Cómo no lo vio la señorita Destange?
Tranquilamente, la muchacha dio vuelta al botón de la luz y dejó paso a su padre. Se sentaron juntos. Ella se puso a leer el libro que traía consigo.
─¿No está ya tu secretario? ─preguntó al cabo de un instante.
─No, ya lo ves.
─¿Sigues contento con él? ─volvió a preguntar la muchacha, como si ignorase la enfermedad del verdadero secretario y su sustitución por Stickmann.
─Sí, muy contento.
La cabeza del señor Destange oscilaba de un lado para otro. Al fin se durmió. Transcurrió un instante. La muchacha leía. Una de las cortinas de la ventana se apartó un poco y el hombre se deslizó a lo largo de la pared hacia la puerta, movimiento que lo hacía pasar por detrás del señor Destange, pero por delante de Clotilde, y de tal forma, que Holmes pudo verlo perfectamente. Era Arsenio Lupin.
El inglés se estremeció de alegría. Sus cálculos eran exactos. Había penetrado en el propio corazón del misterioso asunto, y Lupin se encontraba en el lugar previsto.
Clotilde no se movió, a pesar de todo, aunque fuese inadmisible que se le escaparan un solo gesto de aquel hombre. Lupin casi tocaba ya la puerta y alargaba la mano al picaporte, cuando un objeto cayó al suelo de una mesa rozada por su traje. El señor Destange se despertó sobresaltado. Arsenio Lupin se hallaba ya delante de él, sombrero en mano y sonriente:
─¡Máxime Bermond! ─exclamó el señor Destange, lleno de alegría─. ¡Mi querido Máxime!... ¿Qué buen viento te trae por aquí?
─El deseo de verlo, así como a la señorita Destange.
─¿Has regresado, pues, de tu viaje?
─Ayer.
─¿Te quedaras a cenar?
─Imposible. Ceno en el restaurante con unos amigos.
─¿Mañana, entonces? Clotilde, insiste para que venga mañana... ¡Ah, mi querido Máxime!... Precisamente he pensado mucho en ti en estos días...
─¿Es verdad?
─Sí. Arreglaba mis papeles antiguos, en aquel armario, y encontré nuestra última cuenta.
─¿Qué cuenta?
─La de la avenida Henri-Martin.
─¿Cómo? ¿Guarda usted esos papeluchos? ¿Para qué?
Se instalaron los tres en un saloncito que estaba separado de la rotonda por una amplia arcada.
«¿Es Lupin?», se preguntaba Holmes, invadido de súbita duda.
Sí, con toda seguridad que es él, pero es otro hombre también que se parece a Arsenio Lupin en algunos puntos y que, sin embargo, conserva su individualidad distinta, sus rasgos personales, su mirada, el color de sus cabellos.
Con frac, corbata blanca y camisa almidonada, hablaba alegremente abombando el pecho y contando historias que el señor Destange reía de todo corazón y que ponían una ligera sonrisa en los labios de Clotilde. Y cada una de estas sonrisas parecía una recompensa que buscaba Arsenio Lupin y que se alegraba de haber conquistado. Redoblaba su humor y su ingenio, e insensiblemente, al son de esa voz frialdad que la hacía poco simpática.
«Se aman» pensó Holmes. «Pero ¿qué diablos puede haber de común entre Clotilde Destange y Máxime Bermond? ¿Sabrá la muchacha que Máxime Bermond no es otro que Arsenio Lupin?»
Hasta las siete escuchó ansiosamente, aprovechándose de las palabras más insignificantes. Luego, con infinitas precauciones, descendió y atravesó la rotonda por el lado por el que no corría peligro de ser visto desde el saloncito.
Ya en la calle, Holmes se aseguró de que no había automóvil ni coche esperando, y se alejó cojeando por el bulevar Malesherbes. Pero en una calle adyacente se puso sobre los hombros el abrigo que llevaba al brazo, deformó su sombrero, se irguió y así metamorfoseando volvió a la plaza, en donde esperó con los ojos fijos en la puerta del chalé de Destange.
Arsenio Lupin salió enseguida y, por las calles Constantinopla y Londres, se diriguió hacia el centro de París. A cien metros detrás de él marchaba Sherlock Holmes.
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Arsenio Lupin contra Sherlock Holmes
Historical FictionVolumen (2). Maurice Leblanc estaba convencido de que la propiedad era un robo, de modo que se le ocurrió crear uno de los personajes más populares que ha dado la literatura de misterio: Arsenio Lupin, caballero ladrón, que durante décadas desvalijó...