Un hombre se adelantó, con uniforme azul, gorra galonada de oro, y saludó.─¡Perfecto, capitán! ─exclamó Lupin─. ¿Recibió usted el telegrama?
─Lo recibí.
─¿Está lista la zarpar L'Hirondelle?
─L'Hirondelle está lista.
─En ese caso, señor Holmes...
El inglés miró a su alrededor, vio un grupo de personas en la terraza de un café, otro más cerca, dudó un instante, luego, comprendió que, antes de toda intervención, lo agarrarían, lo embarcaría y lo lanzarían al fondo de la cala, atravesó la pasarela y siguió a Lupin hasta la cabina del capitán.
Era amplia, de una limpieza minuciosa, y maravillosamente clara por el barniz de sus artesonados y el brillo de sus cobres.
Lupin cerró la puerta y, sin preámbulos, casi brutalmente, le dijo a Holmes:
─¿Qué sabe usted exactamente?
─Todo.
─¿Todo? ¡Precise!
En la entonación de su voz no había ya esa cortesía un poco irónica que él afectaba con respecto al inglés. Era el acento imperioso del jefe que tiene la costumbre de mandar y de que todo el mundo se doblegue ante él, aunque se llamase Sherlock Holmes.
Se midieron con la mirada, enemigos ahora, enemigos declarados y trémulos. Un poco enervado, Lupin continuó:
─Señor, con ésta son ya varias las veces que lo encuentro en mi camino. Ya está bien, pues no puedo perder mi tiempo en desmontar las trampas que usted me tienden. Por tanto, le prevengo que mi conducta con usted dependerá de su respuesta. ¿Qué sabe exactamente?
─Todo, señor. Vuelvo a repetírselo.
Arsenio Lupin se contuvo y con tono sarcástico dijo:
─Voy a decirle, señor, lo que usted sabe. Usted sabe que bajo el nombre de Máxime Bermond he… retocado quince casas construidas por el señor Destange.
─Sí.
─De esas quince casas, usted conoce cuatro.
─Sí.
─Usted ha cogido esa lista de casa del señor Destange esta noche, sin duda.
─Sí.
─Y como usted supone que, entre esas onces casas, existe fatalmente una que yo he conservado para mí, para mis necesidades y para las de mis amigos, ha confiado a Ganimard el cuidado de ponerse en acción y descubrir mi retiro.
─No.
─Lo cual significa...
─Lo cual significa que yo actúo solo y que iba a emprender la lucha solo.
─Entonces, no tengo nada que temer, puesto que está usted en mis manos.
─Usted no tiene nada que temer mientras yo esté en sus manos.
─Es decir, que usted no permanecerá en ellas mucho tiempo.
Arsenio Lupin se acercó más a Holmes y, poniéndole con sumo cuidado la mano en el hombro, le dijo:
─Escuche, señor: no estoy de humor para discutir y, desgraciadamente para usted, usted no se halla en condiciones de hacerme fracasar. Así, pues, terminemos de una vez.
─Terminemos.
─Usted va a darme su palabra de honor de que no intentará escaparse de este barco antes de hallarse en aguas inglesas.
─Yo le doy mi palabra de honor de que intentaré por todos los medios escaparme ─respondió Holmes, indomable.
─¡Caramba! Sin embargo, usted sabe que yo no tengo más que pronunciar una palabra para reducirlo a la impotencia. Todos estos hombres me obedecen ciegamente. A una señal mía, le pondrán la cadena al cuello...
─Las cadenas se rompen.
─... Y lo arrojarán por encima de la borda, a diez millas de la costa.
─Sé nadar.
─Bien respondido ─exclamó Lupin, riendo─. ¡Dios me perdone, estaba colérico! Perdóneme, maestro y... Concluyamos. ¿Admite ustes que yo busque los medios necesarios para mi seguridad y la de mis amigos?
─Todos los medios. Pero son inútiles.
─De acuerdo. Sin embargo, usted no me odiará porque los tome.
─Es su deber.
─¡Vamos!
Lupin abrió la puerta y llamó al capitán y a dos marineros. Éstos cogieron a Holmes y, después de registrarlo, le amarraron las piernas y lo sujetaron a la litera del capitán.
─¡Esta bien! ─ordenó Lupin─. Verdaderamente es por culpa de su obstinación, señor, y por la gravedad excepcional de las circunstancias, que yo me atrevo a permitirme...
Los marineros se retiraron. Lupin dijo al capitán:
─Capitán, un hombre de la tripulación permanecerá aquí a disposición del señor Holmes, y usted mismo le hará compañía siempre que sea posible. Que se tengan con él todas las consideraciones. No es un prisionero, sino mi invitado. ¿Qué hora es en su reloj, capitán?
─Las dos y cinco.
Lupin consultó su reloj, luego otro colgado de la pared de la cabina.
─¿Las dos y cinco?... estamos de acuerdo. ¿Cuánto tiempo precisa usted para ir a Southampton?
─Nueve horas, sin apresurarme.
─Tardará usted once. Es preciso que no toque usted tierra antes de que zarpe el paquebote que abandona Southampton a medianoche y que llega a El Havre a las ocho de la mañana. Comprende usted lo que quiero decir, ¿verdad, capitán? Repito: como sería peligrosísimo para todos nosotros que el señor regresase a Francia en ese paquebote, tiene usted que llegar a Southampton después de la luna de la madrugada.
─Comprendo.
─¡Hasta la vista, maestro! ¡El año que viene en este mundo o en el otro!
─¡Hasta mañana!
Algunos minutos más tarde, Holmes oía el automóvil que se alejaba, e inmediatamente, en las profundidades de L'Hirondelle, el vapor jadeó violentamente.
El barco desatracaba.
Alrededor de las tres habían franqueado estuario del Sena y penetraba en mar abieto. En ese momento, tendido en la litera donde se hallaba atado, Sherlock Holmes dormía profundamente.
Al día siguiente por la mañana, décimo y último día de la guerra entablada por los dos grandes rivales, el Echo de Paris publicaba este delicioso suelto:
Ayer fue dictado un decreto de expulsión por Arsenio Lupin contra Sherlock Holmes, detective inglés. Firmado al mediodía, el decreto entró en vigor inmediatamente. A la una de la madrugada, Holmes era desembarcado en Southampton.
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Arsenio Lupin contra Sherlock Holmes
Historical FictionVolumen (2). Maurice Leblanc estaba convencido de que la propiedad era un robo, de modo que se le ocurrió crear uno de los personajes más populares que ha dado la literatura de misterio: Arsenio Lupin, caballero ladrón, que durante décadas desvalijó...