37. La lámpara judía 1[6]

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─¿Llevaba un paquete?

─Sí, un paquete bastante grande.

─¿A dónde la condujo?

─A la avenida de los Ternes, esquina a la plaza de Saint-Ferdinand.

─¿Reconocería usted la casa de la avenida de los Termes?

─¡Claro que sí! ¿Tengo que llevarlo allí?

─Inmediatamente. Pero primero lléveme al número 36 del Quai des Orfevres.

En la Prefectura de Policía tuvo la suerte de encontrar al inspector general Ganimard.

─¿Está usted libre, señor Ganimard?

─Se trata de Lupin, ¿verdad?

─Se trata de él.

─Entonces, no cuente usted conmigo.

─¿Cómo? ¿Renuncia a...?

─¡Renuncio a lo imposible! Estoy cansado de una lucha desigual en la que estamos seguros de llevar siempre la peor parte. Es cobarde, es absurdo..., todo lo que usted quiera... Pero no voy. Lupin es más fuerte que nosotros. Por consiguiente, no hay más remedio que inclinarse ante él.

─Yo no me inclino.

─Usted se inclinará, como los demás.

─Pues bien: es un espectáculo que no dejará de agradarle.

─Eso es verdad ─dijo Ganimard ingenuamente─. Y puesto que usted no tiene en su haber bastonazos, vamos.

Los dos subieron al coche. El cochero, a una orden de ellos, les dejó un poco antes de la casa y al otro lado de la avenida, delante de un cafetín con terraza, en la cual se sentaron, entre laureles y boneteros. El día empezaba a declinar.

─Camarero, papel de carta ─pidió Holmes.

Escribió y, volviendo a llamar al camarero, le dijo:

─Haga el favor de llevar esta carta al portero de la casa de enfrente. Es casi seguro que sea el hombre con gorra que fuma en la puerta.

El portero se acercó a ellos, y Holmes, puesto que Ganimard quería mantenerse al margen, le preguntó si el domingo por la mañana había entrado en la casa una joven vestida de negro.

─¿De negro? Sí, hacia las nueve..., la que sube al segundo.

─¿La ve con frecuencia?

─No, pero desde hace algún tiempo la veo más..., la última quincera casi todos los días.

─¿Y después del domingo?

─Sólo una vez... sin contar hoy.

─¿Cómo? ¿Ha venido hoy?

─Está ahí.

─¿Qué está ahí?

─Hace ya diez minutos. Su coche espera, como de costumbre, en la plaza Saint-Ferdinand. Me crucé con ella en la puerta.

─¿Y quién es el inquilino del segundo?

─Son dos, una modista, la señorita Langeais, y un señor que ha alquilado dos habitaciones amuebladas desde hace un mes bajo el nombre de Bresson.

─¿Por qué dice usted «bajo el nombre de»?

─Es que a mí me parece que es un nombre falso. Mi mujer, que le hace las labores de la casa, dice que no tiene dos camisas con las mismas iniciales.

─¿Cómo vive?

─Casi siempre está fuera.

─¿Estuvo en casa la noche del sábado al domingo?

Arsenio Lupin contra Sherlock HolmesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora