Alguien se hallaba en el umbral: un hombre joven, elegantemente vestido, en quien el señor Gerbois reconoció enseguida al individuo que lo abordó en las inmediaciones de la tienda de compraventa, en Versalles. Dio un salto hacia él.─¿Y Suzanne? ¿Dónde está mi hija?
Arsenio Lupin cerró la puerta con cuidado y, mientras se quitaba los guantes con el más exquisito de los ademanes, dijo al abogado:
─Mi querido amigo, nunca podré agradecerle bastante la buena voluntad con que ha consentido en defender mis derechos. No lo olvidaré jamás.
El señor Detinan murmuró:
─Pero no ha llamado usted... No he oído la puerta...
─Los timbres y las puertas son cosas que deben funcionar sin que se oigan. Pero aquí estoy de todas formas, que es lo esencial.
─¡Mi hija! ¡Mi Suzanne! ¿Qué ha hecho usted con ella? ─Repitió el profesor.
─¡Por Dios, señor! Cuánta prisa tiene usted ─dijo Lupin─. Vamos, tranquilícese. Sólo un momento más y su hija se hallará en sus brazos.
Se paseó por la entancia. Luego, con tono de gran señor que distribuye elogios, dijo:
─Señor Gerbois, le felicito por la habilidad con que ha actuado hace unos instantes. Si el automóvil no hubiese tenido esa avería absurda, nos hubiéramos encontrado sencillamente en la plaza de I'Etoile y se le hubiera evitado al señor Detinan la molestia de esta vista... En fin, estaría escrito. ─Vio los dos montones de billetes y exclamó─. ¡Ah! Perfectamente. El millón está aquí... No perdamos tiempo. ¿Me permite...?
─Pero ─objetó el señor Detinan, colocándose delante de la mesa─ la señorita Gerbois no ha llegado todavía.
─¿Y qué?
─¿Cómo? ¿Acaso su presencia no es indespensable?
─¡Comprendo, comprendo! Arsenio Lupin sólo inspira una confianza relativa. Se embolsa el medio millón y no devuelve el rehén. ¡Ah, mi querido amigo, yo soy un gran incomprendido! Porque el destino me ha obligado a realizar actos de naturaleza un poco... Especial, se sospecha de mi buena fe... ¡de mí!, ¡de mí, que soy el hombre del escrúpulo y de la delicadeza! Por otra parte, mi querido amigo, si tiene miedo, abra la ventana y llame. Hay una docena de policías en la calle.
─¿Lo cree usted?
Arsenio Lupin alzó un visillo.
─Creo al señor Gerbois incapaz de despistar a Ganimard... ¿qué le decía? Ahí tiene usted a nuestro buen hombre.
─¿Es posible? ─Exclamó el profesor─. Sin embargo, le juro que...
─¿Que no me ha traicionado?... Claro que no, pero los policías son astustos. Mire: ahí veo a Folefant, a Gréaume... y a Dizzy... ¡a todos mis buenos amigos!
El señor Detinan le miraba sorprendido. ¡Qué tranquilidad! Lupin se reía con risa feliz, como si se divirtiese con algún juego infantil, y como si no le amenazara ningún peligro.
Esta indiferencia tranquilizó al abogado más aún que la presencia de la policía. Se alejó de la mesa donde se encontraban los billetes de banco.
Arsenio Lupin cogió los dos paquetes, separó veinticinco billetes de cada uno y, alargando al señor Detinan los cincuenta billetes así obtenidos, le dijo:
─Los honorarios del señor Gerbois y los de Arsenio Lupin, mi querido amigo. Se los ha ganado con todo merecimiento.
─Ustedes no me deben nada. ─Repricó el señor Detinan.
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Arsenio Lupin contra Sherlock Holmes
Historical FictionVolumen (2). Maurice Leblanc estaba convencido de que la propiedad era un robo, de modo que se le ocurrió crear uno de los personajes más populares que ha dado la literatura de misterio: Arsenio Lupin, caballero ladrón, que durante décadas desvalijó...