6. El número 514, serie 23[6]

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Suzanne enrojeció, perdió su apoyo y, al fin, como le aconsejó Lupin, se arrojó de nuevo a los brazos de su padre.

Lupin les dirigió una mirada enternecida.

─¡Cuánto recompensa hacer el bien! ¡Conmovedor espectáculo! ¡Padre afortunado! ¡Hija feliz! ¡Y pensar que esta felicidad es obra tuya, Lupin! Estos seres te bendecirán más adelante... Tu nombre será piadosamente transmitido a sus nietos... ¡Oh, la familia, la familia!... ─Se dirigió a la ventana─. ¿Seguirá ahí el pobre Ganimard?... ¡Le gustaría tanto asistir a estas encantadoras efusiones!... Pues no, no está ya... No hay nadie..., ni él ni los otros... ¡Diablos! La situación se agrava... ¡No sería nada extraño que estuvieran ya bajo el portal!..., o en casa del portero..., o quizá en la escalera!...

El señor Gerbois hizo un movimiento. Ahora que le habían devuelto a su hija, le volvía el sentido de la realidad. La detención de su adversario significaría para él medio millón. Instintivamente dio un paso... Como por casualidad, Lupin se encontró en su camino.

─¿Adondé va usted, señor Gerbois? ¿A defenderme contra ellos? ¡Muy amable! No se moleste. Además, le juro que ellos están más preocupados que yo. ─Y continuó, reflexionando─. En el fondo, ¿qué saben? Que usted está aquí y, quizá, que la señorita Gerbois lo está tambié, porque han debido de verla llegar con una dama desconocida. ¿Pero yo? Ni lo sospechan. ¿Cómo iba a introducirme en una casa que registraron esta mañana desde el sótano a la buhardilla? No. Según todas las probabilidades, esperan cogerme al vuelo... ¡Pobrecitos!... A menos que adivinen que la dama desconocida ha sido enviada por mí y que la supongan encargada de realizar el cambio... En cuyo caso se apresurarán a deterla a la salida...

Sonó un timbrazo.

Con gesto brusco, Lupin inmovilizó al señor Gerbois, y con voz seca, imperiosa, dijo:

─Quieto ahí, señor, piense en su hija y sea razonable, si no... En cuanto a usted, señor Detinan, tengo su palabra.

El señor Gerboisse quedó clavado en el sitio. El abogado no se movió.

Sin la menor prisa, Lupin cogió el sombrero. Un poco de polvo la manchaba y lo cepilló con el revés de la manga.

─Mi querido amigo, si alguna vez me necesita... ─Dijo, dirigiéndose al abogado─. Señorita Gerbois, mi enhorabuena y felicite en mi nombre al señor Philippe. ─Sacó del bolsillo un pesado reloj con doble tapa de oro─. Señor Gerbois, son las tres y cuarenta y dos mimutos, a las tres y cuarenta y seis les autorizo a salir de este salón... Ni un minuto antes de las tres y cuarenta y seis, ¿entendido?

─Pero entrarán a la fuerza ─no pudo privarse de decir el señor Detinan.

─¡La ley lo protege, no lo olvide, mí querido amigo! Ganimard nunca se atrevería a violar el domicilio de un ciudadano francés. Tendríamos tiempo de echar una buena partida de bridge. Pero, perdóneme, parece que están un poco alterados los tres, y no quisiera abusar...

Puso el reloj sobre la mesa, abrió la puerta del salón y, dirigiéndose a la Dama Rubia, le preguntó:

─¿Estás lista, querida amiga?

Se deslizó delante de ella, dirigió un último saludo, muy respetuoso, a la señorita Gerbois, salió y cerró la puerta tras él.

Y le oyeron decir, en el vestíbulo, en voz alta:

─Buenas tardes, Ganimard, ¿cómo le va, hombre? Déle mis cariñosos recuerdos a la señora Ganimard.

Otro timbrazo, brusco, violento, luego, golpes seguidos y ruido de voces en el descansillo de la escalera.

Arsenio Lupin contra Sherlock HolmesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora