¡El teléfono! ¿Quién iría a caer en la trampa tendida por un abominable azar? Arsenio Lupin hizo un movimiento de rabia hacia el aparato como si hubiese querido destruirlo, reducirlo a añicos, para ahogar la voz misteriosa que solicitaba hablarle. Ganimard descolgó el auricular:
─¿Diga?... ¿Diga?... ¿El número 64873?... Sí, aquí es.
Deprisa, con autoridad, Holmes lo apartó a un lado, cogió los dos auriculares y aplicó el pañuelo sobre la placa para hacer más indistinto el sonido de su voz.
Al mismo tiempo dirigió los ojos hacia Lupin. Y la mirada que cambiaron les demostró que el mismo pensamiento había surgido en ambos y que los dos prevenían hasta las últimas consecuencias esta hipótesis posible, probable, casi segura: era la Dama Rubia quien telefoneaba. Creía telefonear a Félix Davey o, mejor dicho, a Máxime Bermond, ¡y era a Holmes a quien iba a confesarse!
Y el inglés repitió:
─¿Diga?... ¿Diga?...
Un silencio , y Holmes:
─Sí, soy yo. Máxime...
Inmediatamente se delineó el drama con una precisión trágica. Lupin, el indomable y burlón Lupin, no trataba ya de ocultar su ansiedad y, con la cara pálida de angustia, se esforzaba por oír, por adivinar... Y Holmes continuaba respondiendo a la misteriosa voz:
─Pues sí, todo ha terminado, y ahora mismo me disponía a reunirme contigo, como estaba convenido... ¿En dónde?... Pues en donde tú estás. ¿No crees que es ahí donde...?
Vacilaba, buscando las palabras. Luego se detuvo. Estaba claro que trataba de interrogar a la joven sin que se diera cuenta, puesto que ignoraba absolutamente dónde se encontraba. Por otra parte, la presencia de Ganimard parecía cohibirlo... ¡Ah! ¡Si algún milagro hubiese podido cortar el hilo de esta diabólica entrevista!
Lupin lo pedía con toda su fuerza, con todos sus nervios en tensión.
Y Holmes dijo:
─¿No oyes bien?... yo tampoco... muy mal... apenas si se distingue la voz... ¿Oyes? Bueno... escucha, pensándolo bien..., es preferible que vuelvas a tu casa... ¿Qué peligro? ¡Ninguno!... ¡Si está en Inglaterra! He recibido un telegrama de Southampton confirmando su llegada.
¡Qué ironía de palabras! Holmes las pronunció con un bienestar inexplicable. Y añadió:
─Así que, no pierdas tiempo, querida. Voy a reunirme contigo.
Y colgó los auriculares.
─Señor Ganimard, necesito tres de sus hombres.
─Para la Dama Rubia, ¿verdad?
─Sí.
─¿Sabe usted quién es y dónde está?
─Sí.
─¡Buena caza! Con Lupin... La jornada es completa. Folefant, coja dos hombres y acompañen al señor.
El inglés se alejó, seguido de los tres policías.
Todo había terminado. También la Dama Rubia iba a caer en poder de Holmes. Gracias a su admirable obstinación, gracias a la complicidad de hechos afortunados, la batalla acababa para él en victoria, para Lupin, en irreparable desastre.
─¡Señor Holmes!
El inglés se detuvo.
─¡Señor Lupin!
Lupin parecía profundamente anonadado por este último golpe. Unas arrugas cruzaban su frente. Estaba desmadejado y sombrío. Se irguió, no obstante, con un esfuerzo de energía. Y, a pesar de todo, alegre, desenvuelto, dijo:
─Convendrá usted que la mala suerte se ceba en mí. Hace un momento impidió que me escapara por esa chimenea y que me librara de usted. Ahora se sirve del teléfono para regalarle la Dama Rubia. Me inclino ante sus órdenes.
─¿Lo cual quiere decir?
─Que estoy dispuesto a reanudar las negociaciones.
Holmes llevó aparte al inspector y solicitó, con tono que no admitía réplica además, autorización para cambiar algunas palabras con Lupin. Luego regresó al lado del joven. ¡Coloquio supremo! Se llevó a cabo con tono seco y nervioso.
─¿Qué quiere usted?
─La libertad de la señorita Destange.
─¡Ya sabe usted el precio!
─Sí.
─¿Y acepta?
─Acepto todas sus condiciones.
─¡Ah! ─exclamó el inglés, asombrado─. Pero usted rechazó... Para usted...
─Se trataba de mí, señor Holmes. Ahora se trata de una mujer..., de una mujer que amo. Mire usted, en Francia tenemos unas ideas muy especiales sobre estas cosas. Y no porque uno se llame Arsenio Lupin es diferente... ¡Al contrario!
Dijo esto con suma sencillez. Holmes inclinó imperceptiblemente la cabeza, y murmuró:
─Entonces, ¿el brillante azul...?
─Coja mi bastón, que está allí, en el rincón de la chimenea. Agarre con una mano el puño y con la otra déle vuelta al casquillo colocado en la extremidad opuesta.
Holmes cogió el bastón y le dio vueltas al casquillo. Entonces vio que el puño se dividía en dos. En el interior se encontraba una bola de masilla, y en ella un brillante.
Lo examinó. Era el brillante azul.
─La señorita Destange está libre, señor Lupin.
─¿Libre tanto en el presente como en el futuro? ¿No tiene nada que temer de usted?
─Ni de nadie.
─¿Pase lo que pase?
─Pase lo que pase. Yo no sé ya su nombre ni su dirección.
─Gracias. Y hasta la vista. Porque nos volveremos a ver, ¿no es verdad, señor Holmes?
─No lo dudo.
Entre Ganimard y el inglés hubo una explicación bastante violenta, pero Holmes le cortó con cierta brusquedad.
─Siento mucho, señor Ganimard, no estar de acuerdo con usted. Pero no tengo tiempo de convencerlo. Salgo para Inglaterra dentro de una hora.
─¿Y... La Dama Rubia?
─No la conozco.
─Pero hace un momento...
─Tómelo o déjelo. Ya le he entregado a Lupin. Aquí tengo el brillante azul..., que usted tendrá la bondad y el placer de entregar a la condesa de Crozon. Me parece que no puede usted quejarse.
─Pero ¿la Dama Rubia?...
─Búsquela.
Se puso el sombrero y se fue con paso acelerado, como quien no tiene costumbre de quedarse en un sitio cuando el negocio ha terminado.
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Arsenio Lupin contra Sherlock Holmes
Historical FictionVolumen (2). Maurice Leblanc estaba convencido de que la propiedad era un robo, de modo que se le ocurrió crear uno de los personajes más populares que ha dado la literatura de misterio: Arsenio Lupin, caballero ladrón, que durante décadas desvalijó...