23. Un rapto[2]

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¡Clotilde Destange, asesina del barón de Hautrec y ladrona del brillante azul!

¡Clotilde Destange, la misteriosa amiga de Arsenio Lupin! ¡En fin, la Dama Rubia!

«¡Soy un animal! Porque la amiga de Lupin es rubia y Clotilde morena, no he pensado nunca en relacionar la una con la otra. ¡Como si la Dama Rubia pudiese permanecer siendo rubia después del asesinato del barón de Hautrec y del robo del brillante azul!»

Sholmes veía una parte de la habitación, un tocador de señora, elegante, de tonos claros y provisto de preciosas figurillas. Un sofá de caoba se extendía sobre un estrado. Clotilde estaba sentada en él y permanecía inmóvil con la cabeza entre las manos. Al cabo de unos instantes el detective se dio cuenta de que lloraba. Gruesas lágrimas corrían por sus pálidas mejillas, resbalando hasta la boca, para caer, gota a gota, sobre el terciopelo de su vestido. Y otras lágrimas las seguían indefinidamente, como brotadas de una fuente inagotable. Era un espectáculo muy triste aquella desesperación, lúgubre y resignada, que se expresaba por el lento correr de las lágrimas.

Una puerta se abrió tras ella. Arsenio Lupin entró.

Se miraron largo rato sin decirse nada. Luego, él se arrodilló a su lado, apoyó la cabeza sobre su pecho y la rodeó con sus brazos... Y en el ademán con que abrazó a la joven había una profunda ternura y mucho de piedad. No se movieron. Un dulce silencio los unió, y las lágrimas corrieron con menos abundancia.

─¡Me habría gustado tanto hacerte feliz! ─murmuró.

─Soy feliz.

─No, puesto que lloras... Tus lágrimas me entristecen, Clotilde.

A pesar de todo, la joven se dejó ganar por el tono de aquella voz acariciadora, y escuchaba, ávida de esperanza y de felicidad. Una sonrisa iluminó su cara, pero ¡una sonrisa tan triste!... Arsenio Lupin suplicó:

─No estés triste, Clotilde. No debes estarlo. No tienes derecho.

Ella le mostró sus blancas manos, finas y suaves, y le dijo gravemente:

─Mientras estas manos sean las mías estaré triste, Máxime.

─Pero ¿por qué?

─Porque... han matado.

Máxime exclamó:

─¡Cállate! No pienses en eso... El pasado está muerto. El pasado no cuenta.

Y besaba sus largas manos pálidas, y ella lo miraba con sonrisa más clara, como si cada beso borrase un poco el horrible recuerdo.

─Tienes que amarme Máxime. Es necesario, porque ninguna mujer te querrá como yo. Por complacerte he actuado, y actúo todavía, no según tus órdenes, sino según tus secretos deseos... Realizo actos contra los cuales mis instintos y mi conciencia se rebelan, pero no puedo resistir... Cuanto hago, lo hago maquinalmente, porque te es útil y tú quieres... Y estoy dispuesta a volver a empezar mañana... Y siempre.

Lupin dijo con amargura:

─¡Ah, Clotilde! ¿Por qué te habré mezclado en mi vida aventurera? Hubiera debido permanecer siendo el Máxime Bermond que tú amabas hace cinco años y no descubrirte... El otro hombre que soy.

─Amo también a este hombre y no echo nada de menos.

─Sí, echas de menos tu vida pasada, la vida a la luz del día.

─No echo de menos nada cuando tú estás ─respondió ella apasionadamente─. No existe culpa, no existe delito cuando mis ojos te ven. ¿Qué me importa ser desgraciada lejos de ti, y sufrir, y llorar, y tener horror de todo lo que hago? Tu amor lo borra todo. Lo acepto todo... Pero ¡tienes que amarme!

Arsenio Lupin contra Sherlock HolmesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora